Tras el final de la Edad del Bronce (grosso modo entre el 3100 y el 1200 a.C.), se inicia la Edad del Hierro, abarcando aproximadamente entre el 1150 y el 500 a.C. A su vez, está sub dividida en tres fases: la Edad del Hierro I (med. s.XII – med. s.XI a.C.), la Edad del Hierro II (med. s.XI – med. s.VIII a.C.), y la Edad del Hierro III (med. s.VIII a.C. – med. s. VI a.C.). Tal y como el mismo nombre indica, el cambio más trascendental producido entre estos dos grandes periodos es la metalurgia del hierro, lo que no significa que no hubiera otras grandes innovaciones en el mundo de la política, la sociedad, la religión, la cultura o la economía del Oriente Próximo antiguo. En esta entrada vamos a conocer la realidad histórica de los orígenes de Israel, en contraposición a lo que dice la Biblia.
Los orígenes de Israel en la tradición
Estamos en un contexto cronológico pre monárquico en el que se está formando la que después será la entidad política y etnográfica de Israel. Es en esta época donde se sitúan todas las historias fundacionales sobre los orígenes de Israel que fueron recogidas por la tradición. Así se creó un único gran árbol genealógico del que salen los patriarcas epónimos de la unidad nacional (Abraham, Isaac, Jacob), los epónimos de las tribus (los doce hijos de Jacob), y todos los epónimos de los clanes-aldeas que llevan a los árboles genealógicos familiares. Estas genealogías van acompañadas de todas las historias etiológicas (es decir, que estudian las causas) que explican y justifican la existencia de ciertos ritos, ceremonias o instituciones. Y, como es evidente, estas historias están en buena medida influenciadas por los acontecimientos de la época.
Los orígenes de Israel: justificando una ocupación
Para justificar las pretensiones territoriales exigidas por los exiliados y desterrados que volvieron a Palestina desde Babilonia, estos grupos humanos se presentaron como los descendientes directos de las tribus israelitas que se habían marchado al exterior en una remota época, como el pueblo que había recibido la promesa divina de convertirse en el más numeroso y el soberano de toda la región. Luego viene el primer destierro (en Egipto) y un éxodo y regreso a Palestina (supuestamente en el siglo XII a.C.), que sirven para configurar el destierro y el regreso de la edad histórica (es decir, de los siglos VII y VI a.C.).
Dicho con otras palabras, el hecho de que los regresados del exilio en Babilonia se apoderen del país se justifica ideológicamente gracias a historias como la de la conquista de Josué sobre una ciudad de Jericó que en la realidad llevaba siglos abandonada. Según la visión de estos relatos pseudohistóricos israelitas, los cananeos, que vivían desde hacía milenios en la región (desde el neolítico), no tendrían ningún derecho a estar ahí porque la promesa divina les condenaba al exterminio, ya que solo ellos eran el pueblo elegido por Dios.
Los orígenes de Israel: ¿la Edad de los Jueces?
Otro elemento que claramente contrasta entre lo que nos presenta la tradición y la realidad histórica es la aparición de una Edad de los Jueces, una supuesta época dominada por magistrados tribales no hereditarios que sucedería a la de las monarquías cananeas destruidas por Josué, y que sería antecedente de la aparición de la monarquía israelita de Saúl y David. La época no monárquica de los Jueces es objeto de polémica entre quienes ven en ella un estado de debilidad y caos político, y quienes proyectan en ella sus ideales de libertad, igualdad y falta de opresión fiscal y administrativa.
Ahora bien, la realidad histórica es que no existió la Edad de los Jueces que se describe en la Biblia. Para los siglos XII y XI a.C., en la región de Palestina siempre hubo reyes, residuos de los antiguos reinos cananeos, y gobiernos tribales que mantenían con éstos relaciones conflictivas. Como es natural, alguno de los relatos del Libro de los Jueces pueden tener algún dato histórico auténtico, pero lo cierto es que muchos de ellos son claramente míticos.
El tercer y último elemento que voy a analizar es el «pacto» entre Yahvé y su pueblo, que funda la comunidad nacional y religiosa en la época de Moisés y Josué. Pese a su carácter artificial y anacrónico, puede que este pacto recogiera herencias culturales de tradiciones muy antiguas, como es el caso de los pactos que sellaban grandes y pequeños reyes en la Edad del Bronce Final. Si seguimos esta hipótesis, solo habría que sustituir al gran rey terrenal por la divinidad, y al pequeño rey por el pueblo, y ya tenemos de dónde viene la invención cultural de este pacto.
Por otro lado, es contradictorio que se atribuya a Moisés la fundación del yahvismo como religión revelada perfectamente formada antes incluso de la llegada de la tribu de Israel a la región de Palestina. Tal y como lo plantea la Biblia, el pueblo de Israel habría hecho su entrada en la Tierra Prometida ya dotados de una impecable organización sociopolítica, basada en una coalición de tribus con magistrados comunes y en una comunidad religiosa de devotos de Yahvé, dios nacional y estrictamente exclusivo. Sin embargo, la realidad histórica es muy diferente a la planteada por la Biblia. Esto solo acabaría siendo así con el paso de los siglos (cerca del cambio de era), y no desde el principio. Y es que es inconcebible pensar que usaran la fe religiosa como el elemento fundamental de cohesión social antes de, por ejemplo, las importantes reformas religiosas de Ezequías y Josías (siglo VII a.C.).