––“Ha dicho que bailaría conmigo si le llevo rosas rojas” ––exclamaba desolado el joven estudiante––. “Pero no hay ni una sola rosa roja en todo mi jardín.”
En el encino, desde su nido, oyóle el ruiseñor, y le miró a través del follaje.
“¡Ni una sola rosa roja en todo mi jardín!” ––seguía lamentándose, y sus bellos ojos se llenaron de lágrimas–– “¡Ah!, ¡de qué., cosas tan pequeñas depende la felicidad! Yo he leído todo lo escrito por los sabios, conozco todos los secretos de la filosofía. Y ahora, por la posesión de una rosa roja, siento mi vida destrozada.”