En algún momento tengo que confesar que tengo un Cristo sediento y sangriento, que anda con los pies descalzos sobre la roca caliente en el camino de mi corazón.
Tengo un Cristo triste, que siempre sufre, que siempre sangra con las espinas clavadas en la frente, y el corazón destrozado.
Tengo un Cristo, y pido perdón por mis caminos plagados de piedras calientes y espinas que hieren, pido perdón al Cristo de mi corazón con una cruz y una espina que me hiere el alma. F. CASTILLO
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