Cierto que huí de los fastos y los oropeles y que jamás puse en venta ninguna quimera, siempre evité ser un súbdito de los laureles porque vivir era un vértigo y no una carrera. Pero
quiero que me digas, amor, que no todo fue naufragar por haber creído que amar era el verbo más bello… dímelo… me va la vida en ello. Cierto que no prescindí de ningún laberinto que amenazara con un callejón sin salida ante otro “más de lo mismo” creí en lo distinto porque vivir era búsqueda y no una guarida. Cierto que cuando aprendí que la vida iba en serio quise
quemarla deprisa jugando con fuego y me abrasé defendiendo mi propio criterio porque vivir era más que unas reglas en juego.
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