el cuervo
Edgar Allan Poe (Boston, 1809 - Baltimore, 1849)
Una vez, al
filo de una lúgubre media noche, mientras débil y cansado, en tristes
reflexiones embebido, inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada
ciencia, cabeceando, casi dormido, oyóse de súbito un leve golpe, como
si suavemente tocaran, a la puerta de mi cuarto. “Es —dije musitando— un visitante tocando quedo a la puerta de mi cuarto. Eso es todo, y nada más.”
¡Ah! aquel lúcido recuerdo de un gélido diciembre; espectros de brasas moribundas reflejadas en el suelo; angustia del deseo del nuevo día; en vano encareciendo a mis libros dieran tregua a mi dolor. Dolor por la pérdida de Leonora, la única, virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada. Aquí ya sin nombre, para siempre.
Y
el crujir triste, vago, escalofriante de la seda de las cortinas rojas
llenábame de fantásticos terrores jamás antes sentidos. Y ahora aquí,
en pie, acallando el latido de mi corazón, vuelvo a repetir: “Es un visitante a la puerta de mi cuarto queriendo entrar. Algún visitante que a deshora a mi cuarto quiere entrar. Eso es todo, y nada más.”
Ahora, mi ánimo cobraba bríos, y ya sin titubeos: “Señor —dije— o señora, en verdad vuestro perdón imploro, mas
el caso es que, adormilado cuando vinisteis a tocar quedamente, tan
quedo vinisteis a llamar, a llamar a la puerta de mi cuarto, que apenas
pude creer que os oía.” Y entonces abrí de par en par la puerta: Oscuridad, y nada más.
Escrutando
hondo en aquella negrura permanecí largo rato, atónito, temeroso,
dudando, soñando sueños que ningún mortal se haya atrevido jamás a
soñar. Mas en el silencio insondable la quietud callaba, y la única palabra ahí proferida era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?” Lo pronuncié en un susurro, y el eco lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!” Apenas esto fue, y nada más.
Vuelto a mi cuarto, mi alma toda, toda mi alma abrasándose dentro de mí, no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza. “Ciertamente —me dije—, ciertamente algo sucede en la reja de mi ventana. Dejad, pues, que vea lo que sucede allí, y así penetrar pueda en el misterio. Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio, y así penetrar pueda en el misterio.” ¡Es el viento, y nada más!
De un golpe abrí la puerta, y con suave batir de alas, entró un majestuoso cuervo de los santos días idos. Sin asomos de reverencia, ni un instante quedo; y con aires de gran señor o de gran dama fue a posarse en el busto de Palas, sobre el dintel de mi puerta. Posado, inmóvil, y nada más.
Entonces,
este pájaro de ébano cambió mis tristes fantasías en una sonrisa con el
grave y severo decoro del aspecto de que se revestía. “Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—, no serás un cobarde, hórrido cuervo vetusto y amenazador. Evadido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!” Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”
Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado pudiera hablar tan claramente; aunque poco significaba su respuesta. Poco
pertinente era. Pues no podemos sino concordar en que ningún ser humano
ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro posado sobre el
dintel de su puerta, pájaro o bestia, posado en el busto esculpido de Palas en el dintel de su puerta con semejante nombre:
“Nunca más.”
Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto. las palabras pronunció, como virtiendo su alma sólo en esas palabras. Nada más dijo entonces; no movió ni una pluma. Y entonces yo me dije, apenas murmurando: “Otros amigos se han ido antes; mañana él también me dejará, como me abandonaron mis esperanzas.” Y entonces dijo el pájaro:
“Nunca más.”
Sobrecogido al romper el silencio tan idóneas palabras, “sin
duda —pensé—, sin duda lo que dice es todo lo que sabe, su solo
repertorio, aprendido de un amo infortunado a quien desastre impío
persiguió, acosó sin dar tregua hasta que su cantinela sólo tuvo un
sentido, hasta que las endechas de su esperanza llevaron sólo esa carga
melancólica de ‘Nunca, nunca más’.”
Mas el Cuervo arrancó todavía
de mis tristes fantasías una sonrisa; acerqué un mullido asiento frente
al pájaro, el busto y la puerta; y entonces, hundiéndome en el
terciopelo, empecé a enlazar una fantasía con otra, pensando en lo
que este ominoso pájaro de antaño, lo que este torvo, desgarbado,
hórrido, flaco y ominoso pájaro de antaño quería decir granzando:
“Nunca más.”
En
esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra, frente al ave cuyos
ojos, como-tizones encendidos, quemaban hasta el fondo de mi pecho. Esto y más, sentado, adivinaba, con la cabeza reclinada en
el aterciopelado forro del cojín acariciado por la luz de la lámpara;
en el forro de terciopelo violeta acariciado por la luz de la lámpara
¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!
Entonces me pareció que el aire se tornaba más denso, perfumado por invisible incensario mecido por serafines cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado. “¡Miserable
—dije—, tu Dios te ha concedido, por estos ángeles te ha otorgado una
tregua, tregua de repente de tus recuerdos de Leonora! ¡Apura, oh, apura este dulce nepente y olvida a tu ausente Leonora!” Y el Cuervo dijo:
“Nunca más.”
“¡Profeta!” —exclamé—, ¡cosa diabolica! ¡Profeta,
sí, seas pájaro o demonio enviado por el Tentador, o arrojado por la
tempestad a este refugio desolado e impávido, a esta desértica tierra
encantada, a este hogar hechizado por el horror! Profeta, dime, en verdad te lo imploro, ¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad? ¡Dime, dime, te imploro!” Y el cuervo dijo:
“Nunca más.”
“¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica! ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio! ¡Por
ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas, ese Dios que adoramos tú
y yo, dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén tendrá en
sus brazos a una santa doncella llamada por los ángeles Leonora, tendrá
en sus brazos a una rara y radiante virgen llamada por los ángeles
Leonora!” Y el cuervo dijo:
“Nunca más.”
“¡Sea esa palabra nuestra señal de partida pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso. ¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica. No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira que profirió tu espíritu! Deja mi soledad intacta. Abandona el busto del dintel de mi puerta. Aparta tu pico de mi corazón y tu figura del dintel de mi puerta. Y el Cuervo dijo:
“Nunca más.”
Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo. Aún sigue posado, aún sigue posado en el pálido busto de Palas. en el dintel de la puerta de mi cuarto. Y sus ojos tienen la apariencia de los de un demonio que está soñando. Y
la luz de la lámpara que sobre él se derrama tiende en el suelo su
sombra. Y mi alma, del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo, no
podrá liberarse.
¡Nunca más!
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