DOMINGO XXX III - B
(“protegeme,Dios mío, que me refugio en ti………”Salm.15)
El domingo pasado, terminaba yo diciendo desde aquí que para construir un templo necesitábamos: tener dinero y un poco de compasión o quizá orgullo. Para construir la Iglesia , sin embargo, necesitamos “solamente” coraje, generosidad y compromiso con la fe. Yo me quedo con lo último, es decir, prefiero construir la Iglesia que bonitos templos pues no dejan de ser algo material que ayuda sólo a protegernos del frío, de la lluvia y del calor. Un templo es nada sin iglesia que se reúna, que celebre y que viva fuera la fe que ha celebrado dentro.
La Iglesia somos la comunidad de los que creemos en Cristo. La fe establece un doble vínculo: por una parte nos une a Cristo hasta el punto de hacernos formar con El una misteriosa realidad ( Rm.6; Hch.9,4 “Yo soy Jesús a quien tu persigues”, le contesta a Saulo perseguidor de cristianos. Vivimos en Cristo y Cristo en nosotros.
Por otra parte, la misma fe crea com-unión con los demás fieles porque de la fe surge la comunidad de los que aceptamos a Jesús como salvador y redentor o liberador y que nos proponemos seguirlo. Y no hay quien pueda decir, “yo soy cristiano sin contar con nadie”… eso sería una contradicción o cualquier cosa menos un cristiano.
La red formada por las comunidades en un territorio o en el mundo entero y la com-unión entre ellas y con los responsables de su coordinación ( cuerpo jerárquico de la Iglesia) constituyen el pueblo de Dios en el que hay diversidad de miembros y funciones y todos – sin distinguir entre grandes o pequeños, en una posición o en otra- contribuyen al bien común. (Rom.12,5….) Cuando los miembros de la Iglesia se encuentran o se reúnen, no lo hacen por intereses sociales, económicos o culturales; nos encontramos y formamos comunidad sólo por causa de una misma fe en Cristo que es la cabeza de la comunidad (del cuerpo) que formamos.
Amigos, os confieso que me siento interiormente pleno de felicidad y alegría porque la luz del Espíritu me hace percibir esta venturosa realidad aún en medio de la imperfección que también arrastra nuestra comunidad.
“ …el Señor es el lote de mi heredad…../ mi suerte está en sus manos/ Tengo siempre presente al Señor/ con él a mi derecha no vacilaré….. Por eso se me alegra el corazón….. Salm.15”