EXPOSICIÓN
Pange lingua gloriosi corporis misterium.
Cantaban las mujeres por el muro clavado cuando te vi, Dios fuerte, vivo en el Sacramento, palpitante y desnudo, como un niño que corre perseguido por siete novillos capitales.
Vivo estabas, Dios mío, dentro del ostensorio. Punzado por tu Padre con aguja de lumbre. Latiendo como el pobre corazón de la rana que los médicos ponen en el frasco de vidrio.
Piedra de soledad donde la hierba gime y donde el agua oscura pierde sus tres acentos, elevan tu columna de nardo bajo nieve sobre el mundo de ruedas y falos que circula.
Yo miraba tu forma deliciosa flotando en la llaga de aceites y paño de agonía, y entornaba mis ojos para dar en el dulce tiro al blanco de insomnio sin un pájaro negro.
Es así, Dios anclado, como quiero tenerte. Panderito de harina para el recién nacido. Brisa y materia juntas en expresión exacta, por amor de la carne que no sabe tu nombre.
Es así, forma breve de rumor inefable, Dios en mantillas, Cristo diminuto y eterno, repetido mil veces, muerto, crucificado por la impura palabra del hombre sudoroso.
Cantaban las mujeres en la arena sin norte, cuando te vi presente sobre tu Sacramento. Quinientos serafines de resplandor y tinta en la cúpula neutra gustaban tu racimo.
¡Oh Forma sacratísima, vértice de las flores, donde todos los ángulos toman sus luces fijas, donde número y boca construyen un presente cuerpo de luz humana con músculos de harina!
¡Oh Forma limitada para expresar concreta muchedumbre de luces y clamor escuchado! ¡Oh nieve circundada por témpanos de música! ¡Oh llama crepitante sobre todas las venas!
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