Se acuesta en el hueco del trinchante oscuro.
Visto desde ahí
el mueble parece un ataúd. El niño juega
a que ya se ha muerto.
O va a la cocina, a un rinconcito
y mira a las mujeres pelando choclos
mientras cuentan historias de mayores
(esas bandadas de sentidos no lo alcanzan
pues él todavía no llegó al presente).
Mira a su madre. Si ella está allí, debe ser de este mundo.
Él, que viene de tan lejos, no tiene donde ir.
Juega a que está vivo
mientras arde, indefenso, el rincón
y más allá toda la tierra,
de vida
arde,
inocente,
alrededor de ese leve meteorito.
LEOPOLDO CASTILLA