ODA A MIS MANOS
Alberto Campos Carles
Sólo mis manos y mi boca son confiables. Aquellas, cuando están abiertas, Ésta, cuando está cerrada. Y de aquellas quiero hablarte ahora,
De aquellas, que siempre han hablado por mí. Manos que germinaron en la quietud del útero de mi madre, Y que nacieron para tocar, para besar, Para cerrarse con presión necesaria, Y que alguna vez golpearon, pero que odian hacerlo. Que gustan acompañarme con exquisitos movimientos Hasta darme lo que quiero y lo que más deseo. Manos que se unen entre sí, se cuidan y se guardan,
Manos que saben de letras y de música. Manos que saben estrechar otra mano tendida Y reconocer al amigo del enemigo. Manos que saber cerrarse y blanquear los nudillos con fuerza Pero que quieren permanecer abiertas, Que día a día y hora a hora buscan la manera de completar el deseo En la acción.
Manos que se helaron, extraviadas En el silencio infantil de algún templo, Manos que saben entibiarse al calor de las llamas De un fuego que aprendieron a encender Con la misma parsimonia y rapto con que se enciende La piel cercana y solícita de la dama.
Manos que cuando se unen completan el círculo Que protege y ayuda a convivir con uno mismo. ¡Qué haría sin ellas!
Manos que saben de gestos, de abrigos, de piel, Manos que se buscan y se miran entre sí, Y de tanto hacerlo, buscan otras manos. ¡Buscan las tuyas!
Manos que saben de deseos, y procuran saciarlos. Manos que aprendieron a calmar el sufrimiento, y ansían hacerlo cuando tocan el dolor ajeno. Manos que escriben lo que ahora voy escribiendo Y que escribieron antes lo que ya he escrito. Manos que toman, que dejan, que estrujan, que alisan, Manos que se prenden febrilmente cuando me encuentro Suspendido en el abismo. Y no sueltan.
Manos que han aprendido a conducir, y a veces A ser conducidas. Manos con diez maravillosos apéndices. ¡Qué sería de ellas sin ellos!
Manos que saben sostener un arma, pero odian el gatillo Que saben de su poder, y han aprendido a no usarlo. Manos que hubieran deseado aprender a deslizarse Por el teclado del piano, y que solas tamborilean Con la música de Brahms, de Schubert o Chopin, Manos que dicen lo que sienten y lo expresan con gestos Más elocuentes que las palabras
Manos que a veces, ansiosas, se abren y se cierran, Y se estrujan entre sí, frías, sudorosas. Manos que tiemblan de rabia pero que se aquietan en el placer Manos que conservan los oficios que aprendieron con el tiempo.
Manos que al morir, Entregaría a quien sea, como parte de pago, ¡Algo debo por ellas! para que nuevamente ayuden y acompañen Como lo hicieron conmigo durante tantos años.
Manos que saben tanto de mí Como quieren saber de ti.
Manos que nunca olvidarás cuando las veas Cuando te vean. Manos que sabrán halagarte, guardarte, y extasiarte En los placeres sublimes de la piel, De la interior y de la que cubre, Manos que sabrán encontrarte, Serán ellas, entonces, las que no te dejen partir. Manos, siempre ellas, allí están, donde las quiero, donde las quieres. Ellas vigilarán el reposo de tus sueños, ellas dirán por mí lo que quiero decirte. Mis manos lo saben, sólo ellas lo saben. Confía en ellas. Sólo ellas son confiables. Cuando se aquieten entre las tuyas, sabrás de mí. Porque ellas son tus manos. ¡Mis manos, tus manos!
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