I
Un hombre ha muerto. ¿Quién? No importa. Ha muerto.
Ha muerto… ¿en qué lugar? Tampoco importa.
¡Tan sólo importa, pues, eso que corta
la vida con su tajo amargo y cierto!
Lo cierto es que se ha muerto. Está desierto
Por un instante el mundo. Un ala absorta
Cruza el azul. El infinito aborta.
¡Importa que un sepulcro se haya abierto!
No importa quién. La identidad. La historia.
La bala atroz o la agonía vaga.
¿Murió de indignidad, murió de gloria?
No importa. Un hombre ha muerto. Ahí la llaga.
¡Y aunque la vida es nube transitoria,
sólo la vida importa, que se apaga!
II
Un hombre ha muerto, sí. Tú, yo, cualquiera.
Pero la vida sigue, sin remedio.
Sigue sembrando su animado predio
Con la misma semilla que no espera.
Aunque la cicatriz de aquella hoguera
_un hombre es una hoguera_ busque el medio
de arder un poco más, con ese asedio
que se pierde en la humana tolvanera.
Ha muerto un hombre. Se acabó, sin duda.
Se fue a la eternidad, si es que ha podido;
Si es que la eternidad sirve de ayuda…
Se fue, no más. Ha muerto malherido,
Como todos los hombres. Y desnuda
Vuela su sombra apenas al olvido.