La cerámica del emperador El Emperador de China tuvo como regalo cincuenta y cinco magníficos vasos de porcelana. Eran estupendos y de gran valor. El color dominante era el azul, con gradaciones violeta. ¡Una maravilla!
El Emperador andaba orgulloso, tanto que hasta hizo construir un palacio para ambientar dignamente aquellas obras de arte. Y encargó a un Mandarín cuidar de ellos: él sólo podía tocr los vasos y quitarles el polvo delicadamente. Y, ¡ay de aquel que los dañase!, dijo severamente al dar la consigna.
— ¡Si alguno raya un vaso, le cortaré las manos, y si algunos rompiera uno, lo pagará con la cabeza”
El Mandarín puso todo el empeño, pero una tarde tropezó contra un vaso que cayó a tierra y se rompió. Y al día siguiente, rodó por tierra también la cabeza del Mandarín. Un segundo y tercer guardián corrieron la misma suerte. Los riesgos de aquel encargo, evidentemente, eran superiores a las ventajas; de manera que nadie en la corte tenía el coraje de aceptarlo.
Al fin, se presentó un viejo sabio, vivo y sonriente.
— Yo, dijo, tengo ya setenta años, y aun si me va mal, pierdo poco. Sus modales agradaron tanto al Emperador que lo aceptó, a pesar de las acostumbradas exhortaciones y amenazas. Al recibir el encargo, el viejo se puso en acción: tomó un grueso palo y con el ímpetu de un energúmeno, dando golpes a lo loco, en pocos instantes rompió todos los vasos. Una montaña de cascotes.
Fuera de sí, por la cólera, el Emperador se lanzó contra él:
— Maldito salvaje, ¿qué has hecho?
— Hijo del Cielo, respondió el viejo Sabio con imperturbable calma; He salvado la vida a cincuenta y uno de vuestros mejores súbditos. El Emperador pensó en ello durante algún segundo… después comprendió, y lo hizo su consejero.
Cuento chino
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