Noche
Placido latir de corazones, límpida acción de miradas, tenue sentimiento de melancolía. Ella bajo su negro cabello, recto, víctima de la gravedad cae verticalmente y se desvía ante sus delicados hombros.
El y su eterna inseguridad, el y sus ojos que observan la habitación como intentando grabarla en su mente para recordarla en el futuro, ese futuro que puede llegar en cualquier momento.
Ella y sus manos que juegan entre sí tratando de olvidarlo todo, y sus ojos que no comparten esa actitud clavándose en forma acusadora sobre los de él, tristes, pendientes, impacientes...
La noche avanza y las palabras son contadas, mas la vibración intensa. Él cierra sus ojos y la ve en aquella plaza jugando con las flores, ella observa el retrato de los dos. Silencio sepulcral acompañado de la primera lagrima, que de ella cae entretejiéndose en su blusa.
Los sonidos se intensifican para ambos y los grillos le relatan a las estrellas el inevitable final. Ninguno intenta retroceder, el pasado es añorado pero el presente irreparable, y ese futuro, que aun no llega.
Las alianzas se deslizan lentamente abandonando sendos anulares, despojadas del lazo de ese antiguo y poderoso amor, ese fuerte que parecía intraspasable y que hoy flota a merced de las aguas.
El viento golpea la ventana y ambos se sobresaltan. El tiempo se acaba, el amor se desvanece, y la noche, larga noche de verano, parece no terminar jamas. Él echa otra mirada, ella traga saliva. Ella parece decidida, mas sus labios parecen sellados por el temor al final. El le sonríe por un momento y ella devuelve su acción despegando por primera vez sus labios. El, un adiós, ella, mira el suelo, el futuro se hace corpóreo y un alma se divide en dos.
Ella amanecerá sola, pero él, el no amanecerá jamás.
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