“para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu;” Efesios 3:16
El apóstol Pablo escribe estas palabras con el propósito de alentar a sus hermanos de la iglesia en Éfeso. Y, para recordarles con cuánto amor se preocupaba por ellos, les dice que oraba a Dios para que fueran fortalecidos interiormente. Eran tiempos muy difíciles para los primeros cristianos. Éfeso era una ciudad muy grande y cosmopolita en la que la magia y todo lo relativo a lo oculto formaban parte de la vida diaria. No es difícil entonces comprender la gran resistencia que el Evangelio encontraba en aquel sitio. Y esa era la gran preocupación de Pablo. Que sus hermanos y discípulos no bajaran la guardia, no se desanimaran y siguieran con valentía anunciando la verdad de un Cristo resucitado. Y su clamor al cielo era para que El Espíritu Santo los llenara de tal manera que tuvieran las fuerzas anímicas y el coraje para seguir batallando en defensa de la verdad de Dios. ¡Maravillosa obra la del Espíritu! El mismo Jesucristo había prometido esa ayuda celestial a todos sus seguidores. Y esta es una gloriosa realidad hoy día para todos los cristianos. El Espíritu Santo es el que nos consuela en la tristeza, nos sana en la enfermedad, nos sostiene en los trances amargos, libera nuestra mente de los pensamientos negativos y pesimistas y nos impulsa con fuerzas renovadas cuando las reservas humanas se agotaron. Es ese bendito Espíritu el que nos aconseja a través de la Biblia sobre los caminos a seguir. Nos alerta del peligro inminente y nos llena el corazón de esa alegría incomparable que significa ser hijos de un Dios vivo. En pocas palabras, el Espíritu Santo es la misma mano de Dios que acaricia nuestra alma y nuestro corazón.
Amigo de las mejores palabras, la vida, con el paso del tiempo, a veces se convierte en una carga muy pesada sobre los hombros cansados. Te invito de todo corazón a que recibas a Jesucristo como tu Señor y Salvador. En ese mismo instante serás lleno, porque así lo prometió Jesús, del Espíritu Santo y empezarás los mejores años de tu vida.
El Espíritu Santo es el que nos consuela en la tristeza, nos sana en la enfermedad, nos sostiene en los trances amargos, libera nuestra mente de los pensamientos negativos y pesimistas y nos impulsa con fuerzas renovadas cuando las reservas humanas se agotaron. Es ese bendito Espíritu el que nos aconseja a través de la Biblia sobre los caminos a seguir. Nos alerta del peligro inminente y nos llena el corazón de esa alegría incomparable que significa ser hijos de un Dios vivo. En pocas palabras, el Espíritu Santo es la misma mano de Dios que acaricia nuestra alma y nuestro corazón.