Antes de dormir, proponte cerrar los ojos durante veinte minutos y entrar en tu vacío. Acéptalo, déjalo estar ahí. Si aparece el miedo, déjalo estar también. Tiembla de miedo pero no rechaces ese espacio que está naciendo ahí. Al cabo de dos o tres semanas empezarás a sentir su belleza, empezaras a sentir su bendición, el miedo desaparecerá por su propia cuenta. No debes luchar con él.
Siéntate de rodillas en el suelo, o en una postura cómoda para ti. Si tu cabeza empieza a inclinarse hacia delante –lo hará- permítelo. Te quedarás en una postura casi uterina, como el niño dentro del útero de la madre. Tu cabeza empezará a tocar las rodillas, o el suelo. . .permítelo. Entra en tu propio útero y quédate ahí. No uses técnicas, no uses mantras, no hagas esfuerzo, simplemente quédate ahí. Familiarízate con lo que hay. Es algo que no has conocido antes. Tu mente está recelosa porque esto viene de una dimensión muy diferente y desconocida. La mente no puede con esto. Nunca ha conocido nada parecido, de modo que está extrañada, quiere categorizarlo y etiquetarlo.
Pero lo conocido es la mente, y lo desconocido es Dios. Lo desconocido nunca se convierte en parte de lo conocido. Cuando se convierte en parte de lo conocido, deja de ser el Dios desconocido. Lo desconocido seguirá siendo incognoscible. Aunque lo hayas conocido, seguirá siendo desconocido. Este misterio no tiene solución. El misterio es intrínsecamente irresoluble.
Todas las noches entra en ese espacio. Tendrás miedo, temblarás, pero eso también está bien. Poco a poco, el miedo irá disminuyendo y cada vez disfrutarás más. De repente, al cabo de tres semanas, verás que un día surgen tantas bendiciones, tu energía aumentará tanto, tu ser tendrá tanta alegría, que es como si se hubiera acabado la noche y saliese el sol por el horizonte.
Osho.