...He oído contar la historia de un antiguo y majestuoso árbol,
cuyas ramas se extendían hacia el cielo.
Al llegar la estación de las flores,
mariposas de todas las formas,
tamaños, y colores, bailaban a su alrededor.
Las aves de países lejanos se le acercaban y cantaban cuando florecía y daba frutos.
Las ramas, como manos extendidas,
bendecían a todos los que acudían
a sentarse bajo su sombra.
Un niñito solía venir a jugar junto a él,
y el gran árbol se encariñó con el pequeño.
El amor entre lo grande y lo pequeño es posible,
si el grande no es consciente de su grandeza.
El árbol no sabía que era grande,
sólo el hombre es consciente de eso.
La prioridad de lo grande siempre es el ego,
pero para el amor nadie es grande o pequeño.
El amor abraza a quien quiera que se le acerque.
Así, el árbol comenzó a sentir amor
hacia ese pequeño que solía ir a jugar cerca de él.
Sus ramas eran altas, pero las inclinaba hacia el niño,
de modo que pudiera recoger sus flores y sus frutos.
El amor siempre cede;
el ego nunca está dispuesto a inclinarse.
Si te acercas al ego,
sus ramas se estirarán aún más hacia lo alto;
se pondrá rígido para que no puedas alcanzarlo.
Compartiendo.
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