UNA FLOR EN EL DESIERTO
UNA FLOR EN EL DESIERTO
Caminante del desierto suelo ser, en las noches de luna llena, enlazando sueños y quimeras hasta encontrar un bello amanecer. Mi encuentro es con una flor muy triste, vestida de azul muy tenue, me dice: ¡cuidado! no me pises, que mis espinas aún no duermen.
¿Por quién es esa pena inmerecida? ¿Qué ciego tan triste te ha dejado? Si tú eres la flor que da la vida a quien posea tu corazón enamorado.
Tu tristeza me acongoja, bella y dulce flor de la mañana, veo en ti que agonizante imploras unos ojos que penetren en tu alma.
Que no te angustie, caminante mi tristeza, ve con DIOS, que mi alma espera y si he de secar, y un día tú regresas mis espinas hallarás sobre la arena.
Caminando lleno de melancolía, me alejé y la dejé llorando, silvaba, no sé cuántas melodías para no contagiarme con su llanto.
Pasaron mil años y aquella flor de mi pensamiento no apartaba y aquel azul que al cielo asemejaba, se había encendido, causándome dolor.
En otra noche con la luna llena, volví a recorrer aquella estancia, donde tal vez la flor sanó sus penas y volvió a impregnar los aire su fragancia.
De pronto en mi pie, sentí una hincada, ¡Maldita espina! rezongué, malhumorado, escuché una voz que decía muy bajo, estoy aqui, caminante, aquí enterrada.
Razgué la tierra, busqué mi flor amada, y ni rastro de aquella flor marchita, sólo polvo de espinas que esfumaban y el perfume que se iba con la brisa.
Quedé allí, de rodillas, cabizbajo, reprochándome tan vil descuido mío, yo, que pude subsanar aquel quebranto reviviendo aquella flor con mi rocío...
Carmen Flores
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