Aquellas noches del verano, escondido en el jardín, mi mirada adolescente en tu ventana, descubría las bellezas de tus formas, tras las tenues cortinas, esfumadas.
La luz titilante de la araña, dibujaba tu cuerpo, ardiente, Las sombras chinescas te hacían Salamandra. Soñaba pasiones. Hechizado, pendiente.
Cabellera de rizos, de rojo incomparable. Ojos color del tiempo, a veces verdes, otras celestes, azules o grises. Profundos como mar inmensurable.
Los jazmines y azahares, prestaban sus perfumes a tu paso. Tu piel, dulzura de melocotón, tersura de durazno.
Entre coronas de novias, azaleas, nardos en flor, yo imaginaba el amor. Soñaba ser tu señor, soñaba con tu regazo, ¿Qué no hubiera dado por gozar caricias en tus brazos?
Un niño que imagina ser hombre. Nacimiento del deseo desconocido hasta entonces. ¿Cómo no fuera Cyrano, para decirte en mil versos, palabras bellas y de amores?
¿Sabías que estaba allí, cuando tus celosías cerrabas? ¡Sí, lo sabías! Tus ojos me lo decían al cruzarte en las mañanas. Yo bajaba los míos, sonrojado, Trémulo de amor de niño apasionado.