- Papá, ¿cómo se educa un duende?
- ¿Por qué me haces esa pregunta?, hijo.
- Porque tú, un día, me dijiste que los duendes eran mágicos, que eran como las plantas o como los lienzos de mamá que había que cuidar, mimar y educar. ¿No lo recuerdas?
- Hace tanto de eso...
- Sí, fue ese día que me llevaste al salón y observamos a mamá pintar. Tú me dijiste: "ella tiene duende, es mágica". Y yo te pregunté que era eso de tener duende.
El hombre que caminaba con su hijo por la playa, se paró y en sus ojos acudieron lágrimas imposibles de ser derramadas por su cara. Su expresión era de derrota, de profunda nostalgia y sobre todo de no saber. Miró a su hijo y no pudo responder.
- Dime, Papá, ¿como puedo volver a educar a ese duende que estaba en mamá? Y así poder verte todos los días y no solo los miércoles por la tarde y dos fines de semanas al mes.
- Hijo mío, tu madre no perdió su duende, fui yo quien dejó de verla como a su musa, fui yo quien un día, sin saber como dejé de regar su tallo y sus flores se secaron, fui yo quien no dio imprimación al lienzo y la pintura no cuajó. Fui yo, mi niño, quien no mimó a su duende.
-¿Y por qué no vuelves a regar, mimar y educar al duende de mamá?
-Porque llegó otro hombre que supo ver la magia de tu madre, la valoró y la hizo su musa para siempre...
- Papá, ¿sabes? Mi duende es un artista, y jamás se tapará los ojos cuando vea la belleza, luchará por su musa y la elevará hasta la luna y allí la hará suya.
- ¿De dónde has sacado eso?
- Ya te lo he dicho, mi duende es un artista.
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