Hubiera mirado el horizonte por sus ojos aquella tarde, cuando los lapachos
lloraban sus lágrimas violetas, en un carrusel arremolinado de verbos silvestres y quejidos etéreos.
Hubiese sembrado en el jardín de su obligo, el desparpajo de un pétalo rebelde, soñando con otoños de hogueras y de tálamos.
Era la primara vez que la paz y la batalla se liaban en los besos.
Era quizá la última ocasión de observar, cuando algo parecido al universo, confundía en dioses vegetales su sexo de abeja ,crisálida y ameba.
Entonces yo, lo hubiese logrado.
Hubiese podido observar la piel senil de la aurora, masticando cardos y margaritas entre los tules tenues de la vida.
Tal vez lograba que nazca desde su pezón herido, el maná para aquél pájaro que se murió en la nieve, reclamando su morada a los árboles blancos.
Pero ya ves, en éste carrusel sigo girando, sin que nadie me diga que el tiempo es viejo y la mañana vomita putrefacta sus relojes de soles y de nubes.
Nunca me avisaron que la noche no era virgen, que engendrando fantasmas paría sus saudades en el hueco oscuro de mi cráneo, taladrando gestas de infantes, en los campos ambiguos de la heredad condicional de mis auroras.
Perdóname, amor mío, de haberlo sabido no hubiese bebido la sangre del odio, ni hubiere roto mi palabra en un verso.
Perdóname, vida, de haberlo imaginado, no habría arrancado los lirios de tu pecho.-