Me levanté sin que se dieran cuenta y salí sin hacerme notar. Había estado todo el día entre ellos, intentando hacerme oír, procurando decirles lo que me habían encargado. Pero el recado que me dieron no era preciso. El humo, la música, el ruido de las risas y de los besos -estallaban como las rosas en el aire-, eran más fuertes que mi voz. Cansada de mi trabajo inútil, me levanté, abrí la puerta y salí del hermoso lugar. Desde la calle miré por la ventana: nadie había advertido mi ausencia. Caminé. Volví el rostro: ninguno me seguía.
Julia Uceda
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