Juro… que detrás de sus pupilas mil veces mil campanas retumbaron. Hay lágrimas sin llanto que al mirarle mi rostro demarcaron.
Juro, tras sus ojos, que hubo estrellas que de canto se tocaron y en sus iris, como un verso, los confines procrearon.
Tengo en la memoria el cristal de una cascada y el color turquesino de sus aguas, una tarde en que estuvo recostada y el rocío subyugante de su cara.
Sé, lo juro, que escuché campanitas al mirarla, y al abrir sus ojos, ¡Dios!, de mis ojos lágrimas brotaban.
Nunca antes vi a nadie como ella, y al hacer mis versos la mano me temblaba. Juro, no hubo verso que a ella le igualara.
Y al abrir sus ojos, ¡Dios!, era un beso el que hablaba.
Salvador Pliego
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