¿Estuve sola a través de los tiempos y los grupos dorados del otoño, a través de la sombra del árbol en el agua inquieta o dura, y más y más allá? ¿Fui o fuimos hablando entre la niebla que fingía triunfantes contornos a mi lado: un rostro puro muy extraño en su noche, con los signos de un idioma remoto en su frente, en su boca? ¿Yo le hablaba a la niebla y a la sombra o es que alguien me oía? ¿Oía alguien?
La respuesta, ¿era una voz o el viento? Era una voz ¿o el agua salvaje de ese río cruel y poderoso que el amor no conoce? Nada se oye. En la casa vacía, las preguntas -los pájaros- se estrellan, silenciosas, contra el muro y una muy tierna gota de sangre sustituye a la huella del ala en el cemento. Un instante fue el roce y destruidas una a una se ocultan.
El silencio, ¿no es mucho para cada criatura? La eternidad es sólo un peligro invisible porque las roncas voces de la montaña claman por los cuerpos perdidos que hablaron a las sombras. Nada se oye. Pero entonces, ¿me oía?
El silencio es como una eternidad sin fondo, sin principio: una espalda a la vida, a los hombres. Para después no quiero contestación ninguna. Es aquí donde tuve la urgencia de saberlo. Oh sí, ya nada se oye.
Pero entonces, ¿me oía?
De "Poemas de Cherry Lane", 1968
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