Pocas veces he sentido tanta alegría en lo humano como el día que mi padre me dijo: "estoy orgulloso de ti". Alegría, sobre todo, por lo feliz que lo vi a él. Porque un padre, al decir a su hijo tales palabras con sinceridad, no puede disimular la felicidad y satisfacción que le embarga el alma. Además, confieso que escucharlas de quien siempre he considerado un verdadero padre, hasta me hicieron sentirme más orgulloso de mí mismo.Creo que todo buen hijo o hija quisiera escuchar eso algún día de sus padres. Y todo buen padre o madre desearía, a su vez, poder decírselo a sus hijos.
Pero hemos de reconocer que, tristemente, no todos los hijos merecen que se les diga algo así. Hace algún tiempo publicaron en el periódico ABC una carta escrita por la madre de un miembro de la organización terrorista ETA, que está en la cárcel por criminal.
Recuerdo que cuando me dispuse a leerla, me invadió una extraña sensación que terminó en escalofrío. Realmente impone bastante asomarse al alma de la madre de un hijo que ha terminado así. Esta buena mujer, en un momento de la carta, afirmaba: "La primera noche que faltó pensé que era cosa de mujeres o de su cuadrilla de amigos. Luego comprendí que era de ETA y pasé más de un año sin tener noticias. Cuando las tuve, ya no había remedio, sobre todo para el que acababan de enterrar. Asco me daba pensar que mi hijo había hecho algo así. Y mucha tristeza. Después he sentido indignación"
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¡Cuánto dolor y pena mezclados con su sangre deben pasar por el corazón de una madre al tener que reconocer que siente asco, tristeza e indignación por el comportamiento de su propio hijo!
A la luz de esta tragedia, considero oportuno recordar aquí a los padres de familia que ningún hijo nace mereciendo los barrotes de una cárcel. Los hijos no nacen delincuentes, se hacen tales poco a poco. Los hijos no nacen perdidos; se desvían día a día y paso a paso hacia su ruina. Y los que en gran medida pueden y deben evitarlo son primordialmente ustedes, su padre y su madre. Es verdad, hay otros factores que minan la formación y valores que muchos padres de familia responsables se esfuerzan por infundir en sus hijos. Es imposible hacer vivir a nuestros niños y jóvenes encerrados en una burbuja protectora. Son de este mundo y en él han de vivir. Además son libres. Y son ellos los que, a fin de cuentas, deciden qué hacer con su vida.
Pero por eso, precisamente, necesitan una base sólida de principios y valores que les permita decidir ser y obrar como hombres y mujeres de bien a pesar de todo.De ahí la importancia de velar por la educación en el bien de cada uno de ellos. De ahí la necesidad de preveer y vigilar los ambientes y amistades que frecuentan. De ahí la obligación ineludible de sembrar en esas almas, aún tiernas y bien dispuestas, gérmenes de virtud y de valores humanos y cristianos.
Sólo así -Dios lo quiera- cosecharán en el porvenir la satisfacción de verlos realizados como hombres y mujeres; y podrán un día decirles, con el alma colmada de dicha, que están orgullos de ellos.
COPIADO DE LA RED