Pasasteis como pasan por el roble las hojas que arrebata en primavera pedrisco intempestivo; pasasteis, hijos de mi raza noble, vestida el alma de infantil eusquera, pasasteis al archivo de mármol funeral de una iglesiuca que en el regazo recogido y verde del Pirineo vasco al tibio sol del monte se acurruca. Abajo, el Bidasoa va y se pierde en la mar; un peñasco recoge de sus olas el gemido, que pasan, tal las hojas rumorosas, tal vosotros, oscuros hijos sumisos del hogar henchido de silenciosa tradición. Las fosas que a vuestros huesos, puros, blancos, les dan de última cuna lecho, fosas que abrió el cañón en sorda guerra, no escucharán el canto de la materna lluvia que el helecho deja caer en vuestra patria tierra como celeste llanto... No escucharán la esquila de la vaca que en la ladera, al pie del caserío, dobla su cuello al suelo, ni a lo lejos la voz de la resaca de la mar que amamanta a vuestro río y es canto de consuelo. Fuisteis como corderos, en los ojos guardando la sonrisa dolorida ?lágrimas del ocaso?, de vuestras madres ?el alma de hinojos?, ¡y en la agonía de la paz la vida rendisteis al acaso!... ¿Por qué? ¿Por qué? Jamás esta pregunta terrible torturó vuestra inocencia; nacisteis... nadie sabe por qué ni para qué... ara la yunta, y el campo que ara es toda su conciencia, y canta y vuela el ave... ¡Orhoit Gutaz! Pedís nuestro recuerdo y una lección nos dais de mansedumbre; calle el porqué..., vivamos como habéis muerto, sin porqué, es lo cuerdo... los ríos a la mar..., es la costumbre y con ella pasamos...
Miguel de Unamuno
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