Mañana agitarán sus brazos como si extraños moscardones hincaran la frágil tela del cerebro, braceando densamente, deshaciendo invisibles medusas; maldiciendo rezarán a sus dioses escupiendo chillidos acres que apenas traspasan la soledad de la boca, la cuerda tajeada de sus voces como las aspas de los pulmones cortando el vaho a ráfagas. Estarán con los ojos detenidos y abiertos cuando caiga la lluvia mansa en el poder de sus metáforas. Entonces y sólo entonces, clavaré mis ojos en sus lujosos cajones y abriré mi paraguas, porque todo hombre debe tener un paraguas para un día de lluvia.
DE LA RED
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