Ven hermoso rostro a concluir lo que irremediablemente comenzó. Ábreme con tu mirada el corazón, lentamente, a un guiño toma posesión de su sangre y sus latidos, un último vistazo al cielo y dale fin.
Recuesta esas negras garras de tus pestañas en el terciopelo gastado de mis entrañas; anda, vamos, que la piedad tan sólo es agonía. De un beso funde tu cicuta con la mía hasta lograr la panacea, el elixir redentor, que nos libre de la inútil búsqueda del ser… Por lo menos completemos la eficaz toxina fundiendo mis despojos a tu forma divina. Extirpemos cualquier sobrante de amor con la botella hiriente del tequila.
Cuando mis versos logren derramar las deliciosas ánforas de tus sentidos con caricias descenderé la vertiente inmensa de la cascada apenas húmeda de tu espalda y, antes de llegar a la cañada de tus muslos, he de sembrar con fuerza, en tus glúteos, las maldecidas palmas de mis manos.
Una vez hastiado de tu cuerpo perfecto mi espíritu al fin habrá alcanzado aquella mirada ciega y fría que siempre fue necesitando.
Iván Ortega
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