Imagen: Glow Images
Polenta con salsa de tomate (Imagen: Glow Images)
Parecida a la harina de trigo, la polenta se destaca por su el aporte calórico que posee un mayor aporte de grasas saludables, como los ácidos grasos poliinsaturados. Su porcentaje de fibra es muy superior, como así también su contenido en vitaminas del complejo B, por lo que este plato es una alternativa rica en nutrientes para incorporar en la dieta. Por cada 500 gramos de polenta se utiliza un litro y medio de agua o leche (o una mezcla de ambos) y una cucharadita y media de sal. Esto quiere decir que la proporción es de tres veces más de líquido que la cantidad de polenta (calculado por cada comensal, una porción de media taza). Su elaboración es realmente simple. Una vez que el agua llega al punto de ebullición, se debe verter la polenta en forma de lluvia, revolviendo constantemente con una cuchara de madera para evitar la formación de grumos. La cocción es de aproximadamente 20 minutos, aunque también existen las versiones precocidas o instantáneas, que están listas en un minuto. Fuera de la olla y servida en un plato, se le pueden agregar el resto de los ingredientes para acompañar y enriquecer el sabor de la polenta. Los más utilizados son: trocitos de salchichas, quesos frescos, salsa de tomate o bolognesa y queso parmesano rallado por encima. En los últimos años, conocidos cocineros le han dado a esta receta un toque gourmet haciendo de la polenta un plato cada vez más atractivo. Hoy también es usada como una base, que se termina de cocinar al horno y lleva por encima pasta de aceitunas, hojas de rúcula, tomates desecados o incluso quesos de cabras.
Un poco de historia
La polenta es un alimento elaborado a base de maíz originario del norte de Italia. Su nombre deriva de la palabra latina “puls”, un potaje realizado con harina de centeno, el antecedente del trigo. Su consumo data de miles de años y existen registros de consumo en el Imperio Romano donde se la conocía con el nombre de “pullmentum” que luego se transformó en “pullenta”. Fue después de la llegada de Colón al continente americano que se descubrió el maíz y se comenzó a elaborar la polenta con la harina, aunque costó bastante la aceptación de los europeos del nuevo cereal descubierto.