AL CORAZON
Qué corazón es el mío? ¡Oh Dios que riges los mundos! con la ley de tu albedrío, cuyos designios profundos ¡no me es dado penetrar! ¿Qué misterio, arcano, abismo es éste que ni yo mismo me atrevo; ¡oh Dios! a sondar?
¿Cuándo su volcán se apaga? ¿Cuándo su hondura se llena? ¿Cuándo la tormenta aciaga de sus pasiones serena podré ver y no sufrir? ¿Cómo es que nada le sacia, si ha perdido la eficacia para gozar y sentir?
¿Cómo al cúmulo de males que con porfía violenta como furias infernales le acosan, no se revienta ni exhala un solo clamor? ¿Cómo no vierte siquiera una lágrima ligera para amortiguar su ardor?
¿Cómo cabe entre mi pecho, cuando su vuelo atrevido halla el universo estrecho, desprecia lo conseguido, y sin cesar pide más? ¿Cómo sufre, calla, anhela se roe a sí mismo, y vela sin fatigarse jamás?
Vuelvo la vista azorado como náufrago en el puerto al borrascoso pasado, y encuentro todo desierto, todo triste y funeral; miro atónito delante, y ni la luz vacilante veo de astro divinal.
¿Qué quiere pues, ¡oh Dios mío! mi corazón insaciable, en su loco desvarío; si en la sirte miserable todo su caudal perdió? ¿Qué quiere si ya la tierra nada en su extensión encierra semejante a lo que vio?
¿Acaso en región luciente guardas ¡oh Dios poderoso! algo que el alma presiente, algún tesoro precioso que deba en vano desear; y que la mía ambiciona, como la excelsa corona de su incansable afanar?
Parece que el hombre errante, como triste peregrino, marcha con pie vacilante, sin saber por qué camino, en pos de alguna visión; de paso echa una mirada, sin arraigar aquí a nada su voluble corazón.
Pero ¡infeliz! marcha en vano, tropieza, cae, se fatiga, maldice su error insano, y a veces su sed mitiga con lágrimas de dolor; hasta que una mano yerta viene, lo toca, y despierta despechado del sopor.
Mas yo continuo luchando con un genio incontrastable, con mi corazón, sudando, al destino irrevocable obedezco a mi pesar; y no puedo en mi ansia fiera ni una lágrima siquiera para alivio derramar.
¿Qué es esto? ¡Oh Dios! ¿Por qué ha sido para mí tu ley más dura? ¿Por qué hacerme habéis querido blanco de la desventura formándome un corazón tan indómito y sediento, que batallando violento siempre está con mi razón?
Pero nada me respondes Dios clemente y soberano: ¿por qué tu auxilio me escondes y me dejas en oceano de dudas siempre fluctuar? ¿Por qué un rayo de luz pura no me abre senda segura para poder descansar?
No te pido ¡oh Dios! riqueza, felicidad, poderío gloria, deleites, grandeza;- manjares que dan hastío, y nunca pueden saciar: sólo quiero olvido eterno, y algo que pueda el infierno de mis pasiones calmar.
A.D
SALUDOS DE TU AMIGA
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