De vez en cuando un fulgor en el rostro predispone a la belleza de un modo piadoso, es cuando el cuerpo se pone subversivo, extraordinario de tanto mundo. De vez en cuando se olvidan las desgracias, sacamos las manos de nosotros mismos para acariciar simplemente otras cosas con ojos de sol fusilados de tan diferentes que nos rescatan de servidumbres y tristezas, esa enorme tristeza que el cuerpo puede parir de sí mismo cual si fuésemos nuevamente a nacer. Pero el fulgor pasa como un martillo sobre el rostro y nos aborta los huesos, huesitos que queríamos tibios de reír tan otra vida sin avisar que morirían. Martillos a cada rato aplastándonos el fulgor que se ve de vez en cuando en el rostro cuando se terminan los clavos y los maderos y el cielo es más claro y uno puede estar de pie de puro hombre y echarse pájaros sobre la vida hasta que la sangre vuelva a saltar, los martillos a golpear, los clavos a hundirse, los maderos a arrastrarse de caminar tanta vida, vida que ha de encender el próximo fulgor, la chispa de sol que cubrirá la ciudad de rostros aunque sólo de vez en cuando: como un buen vino, un buen verso, la tibieza de un ángel sobre la almohada.
DE LA RED
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