Un árbol...
En uno de nuestros encuentros cotidianos surgió de ti una hermosa petición: la de grabar en la corteza de un árbol nuestros nombres, unidos a una promesa de lealtad amistosa.
Tal vez tu petición había sido solo un comentario, pero para mi significó algo mas. Desde ese momento me propuse buscar un frondoso árbol para empezar a grabar nuestros nombres.
Debía ser alto, para que nuestra promesa estuviera cerca del cielo; también debía ser fuerte, para que nada lo pudiera derrumbar, ni a el, ni mucho menos a nuestra amistad.
Y entonces me detuve a pensar en ti. ¿Te agradaría realmente esta idea? Quizás te gustaría que buscáramos juntas el árbol que guardaría por siempre nuestra promesa.
La idea te emocionó muchísimo y recuerdo que incluso sugeriste que además de que el árbol fuera alto y fuerte, “nuestro árbol” tenía que ser relativamente joven, para que creciera a la par de nosotras dos.
Así que cierto día emprendimos la aventura de buscar en aquel bosque un árbol que cumpliera con todos los requisitos.
Nuestra nueva hazaña empezó desde muy temprano, pero con un principio algo diferente, dado que nunca antes habíamos salido de día de campo juntas, y ¡Vaya día de campo! Me pareció tan único... en él recordamos nuestras travesuras infantiles, nuestros pequeños pleitos y platicamos de nuestros problemas de adolescentes.
Caminando por el bosque nos preguntamos si de verdad era necesario hacer aquella promesa ante un árbol que nos representara.
Ambas quedamos de acuerdo con que el árbol solo sería parte de nuestra promesa, y que el hecho de que el árbol existiera o no, no nos afectaría, puesto que la promesa, mas que estar grabada en su tronco, estaría impresa en nuestros corazones con una tinta indeleble.
Conforme pasaban las horas, nuestro recorrido se hacía mas grato y el eco de nuestras risas era cada vez mas intenso.
Pero de pronto mi risa cesó y como consecuencia la tuya también. Con las mentes en blanco, el silencio ocupo varios de nuestros minutos, hasta que preguntaste cual había sido el motivo por el cual deje de reír.
Yo levanté la mirada hasta encontrar la tuya, y penetrando en tu alma por medio de tus ojos, decidí pedirte un favor. Tal vez esta era una loca idea que nació de mi mente, pero sentí la necesidad de comunicarte lo que me inquietaba.
Hoy me siento alegre –comencé a decir- pero hay algo aquí en mi pecho que me impide estar totalmente feliz. ¿Qué pasaría si entre nosotras surge un distanciamiento?
-No! –interrumpiste- No existe, ni existirá jamás distancia alguna que nos pueda separar. Además, existen varios medios por los que podemos seguir en contacto si acaso esto ocurre.
De hecho, no habías entendido mi mensaje, fue por eso que me vi en la necesidad de ser un poco mas explicita, y continué diciendo:
-¿Y que pasaría si nuestra distancia no fuera terrenal? ¿Qué pasara si alguna de las dos muere?
Era necesario que te hicieras a la idea para poder pedirte mi favor, pero te negaste, esquivando mi plática al exclamar:
- ¡Ese será! –señalando a nuestro árbol-. Su hermosura era tal, que me olvide por completo de mi petición.
Todas aquellas cualidades del árbol eran únicas, era enorme, joven y frondoso, tal como lo soñábamos, sus ramas, sus hojas y aquel resplandor que parecía rodearlo provocó en nuestros interiores una conmoción tan grande que no pudimos contener las lágrimas.
En muy poco tiempo quedaron grabados nuestros nombres, seguidos de una bella frase: “AMIGAS X SIEMPRE”, y cuando vimos terminado nuestro proyecto, dijiste:
-Hoy, amiga, nace una nueva promesa en una vieja amistad, una amistad que ahora, mas que nunca, estoy segura de que nada la separara, porque esta basada en sentimientos puros y claros; porque en nuestros corazones día con día son mayormente consolidadas todas aquellas cosas por las que estamos juntas, y hoy, con este nuevo acontecimiento, nos unimos un poco mas en este mundo, dispuestas a llegar aliadas hasta el fin de nuestros días... –entonces yo dije la palabra final- o seguir mas allá de la vida.
Tu te enfureciste diciéndome que te hiciera el favor de olvidarme del tema. –Lo haré –te respondí- si me concedes lo que voy a pedirte.
Enfadada de mis ruegos y con cierta duda acerca de lo que pediría, accediste, mirándome y diciendo: -Esta bien, te escucho-.
Tomé un profundo respiro e inicié: -Tu sabes que mi mayor deseo es que nuestra amistad no muera, que quiero seguir viviendo y creciendo a tu lado, pero la única forma de lograrlo es ocupando el lugar de nuestra promesa-.
No entendiste lo que te estaba pidiendo. -¿Qué es lo que no entiendes? –pregunté -Te acabo de pedir que mis restos descansen a los pies de este árbol, de nuestro árbol, para que mis cenizas habiten sus entrañas, y que ya no sea solo madera y hojas, sino mi nuevo cuerpo, y mi última forma de seguir estando a tu lado, y finalmente para que esta rústica y áspera corteza se convierta en mi nuevo corazón en el que vivirá para siempre nuestro grabado-.
-Quiero escuchar esta promesa que hoy hemos gritado al viento cada vez que la brisa del bosque acaricie mis hojas. Así, con el tiempo lo verás crecer, y seré yo quien crezca en él, y al sentirte sola serán mis ramas las que te protejan, y con su altura, al escuchar tus problemas, tus alegrías y tristezas, todos tendrán algo de bello, pues yo los llevaré muy cerca del cielo-.
Tu, después de un breve silencio y unos cuantos sollozos, comentaste que yo no debía de hablar así, que podrías morir tu primero y cosas parecidas sobre las que hablamos un buen rato, sentadas a los pies de ese gran gigante con el que ahora nos identificábamos. Finalmente prometiste que harías lo que te había pedido.
De esta manera terminó nuestro gran día, y volvimos a nuestras casas, felices por lo que habíamos logrado y por ese día tan maravilloso del que acabábamos de disfrutar.
Pero jamás imaginaste tener que cumplir tu promesa. Fue hasta después de ese trágico accidente cuando comprendiste que aquello que sentía en el pecho el día de nuestra aventura no era pesimismo, ni tampoco una manía por hacerte la vida pesada.
Te diste cuenta de que solo significaba la visión de algo venidero, y entendiste que mi petición no había sido únicamente un capricho, sino las ganas de que nuestra amistad perdurara a través de la vida, y continuara mas allá de la muerte.
Se que esta tarde que te encuentras sobre mis raíces estas recordándome, rodeada por tu familia y cobijada por la sombra de mis hojas.
Te veo y siento tu felicidad porque sabes que te escucho... y se que no me extrañas, porque lograste tu propósito una vez mas.
Tu mayor satisfacción es la de saber que haz vencido al destino, porque aún me mantienes a tu lado.
FIN
Autora: Vanessa Rodríguez