CREPÚSCULOS DE LA CIUDAD
III
A la orilla, de mí ya desprendido, toco la destrucción que en mí se atreve, palpo ceniza y nada, lo que llueve el cielo en su caer oscurecido.
Anegado en mi sombra-espejo mido la deserción del soplo que me mueve: huyen, fantasma ejército de nieve, tacto y color, perfume y sed, ruido.
El cielo se desangra en el cobalto de un duro mar de espumas minerales; yazgo a mis pies, me miro en el acero
de la piedra gastada y del asfalto: pisan opacos muertos maquinales, no mi sombra, mi cuerpo verdadero
Octavio Paz
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