Con el suave tacto del río las piedras pierden sus cantos cortantes e hirientes, y van lentamente adornándose de sueves redondeces de comprensión y complicidad con el cauce que las soporta y la brisa que las acaricia.
Acabarán siendo cantos rodados que se dejan llevar y acompañar por corrientes suaves y nuevos hábitos; hasta por las dulces brisas cuando ellas se lo suplican con capaces de ponerse a rodar.
También nosotros necesitamos erradicar las aristas del alma para poder sentir la caricia de las voces amigas.
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