Fue hasta un corro de niños que jugaban
y dijo a los que le seguían: Miren, afinen sus oídos y sientan alegría
porque ese jolgorio de los iños cuando juegan
es la mejor música que puede dar la Tierra.
A los oidos del Cielo suena más bellamente que las delicadas notas
de las calandrias y que el canto alegre de los jilgueros. Es el canto de la inocencia, y si se fijan,
verán que ellos viven en otro Plano,
donde los árboles aún hablan, los pajarillos les hablan, y hasta las mariposas y las calles y los muros de las calles
aún les hablan. No corten sus notas con sus palabras.
No rompan sus juegos con sus egoísmos.
No dejen que se rompan sus sueños. De verdad les digo que el día en que el hombre
no tenga que dejar su infancia
y la pueda prolongar durante toda su vida,
el mundo empezará a ser un Paraíso. ¡Cuántos la han dejado olvidada en una calle,
en una plaza, en un árbol, o en un jardín! ¡Cuántos la dejaron dormida bajo un juguete o una flor!
¡Cuántos no la han conocido
porque no les dejaron tenerla y, ahora,
a la vuelta de los años van por el mundo
como vagabundos solitarios buscándola
en cada esquina del Tiempo! Sepan que es delicada como los pétalos de una flor
y una simple palabra la puede matar. Velen pues por los niños, sientan por ellos,
cuiden de ellos, porque ¡ay del jardín
que no cuida los nuevos retoños!,
¡ay del árbol que no cuida sus futuras semillas!
DEL LIBRO: ASÍ HABL
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