Tuve duendes, y tuve en el tacto del cedro mil preguntas, un pedazo de sol y la llovizna y la humildad del suelo en las mañanas; tuve un cristo, mi cristo, el amor a las aves mientras juegan a tallar la madera, sin motivos.
Tengo montes, y tengo el olor de la pólvora en los puños, una ciudad a cuadros donde quedan las manchas del café, los amuletos, las improntas de llantas, las blasfemias al dios de los impunes, los olvidos de nombres, los gritados al correr del metal por las arterias;
tengo noches que sudan, noches en vela huyendo de los otros, buscándome, mirando a través del cristal de los recuerdos, a través de las lápidas y cruces; tengo esto, tengo estas manos rotas y esta mueca, este rodar por todas direcciones como un ladrón sin rumbo con un signo de alambre entre las carnes;
tengo, a pesar de todo, la vida que palpita entre el regazo abierto de mi hembra y allá, allá en el fondo de mi abismo una luz pequeñita que cabalga.
DE LA RED
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