Señora, flor del trigo, tus palabras dejan correr la savia que precisan estos labios que saben de los sitios donde las aguas corren moribundas;
donde jamás podría suspenderse el milagroso tacto de los besos, ni ese vestir de fiesta los domingos cuando trota, sin prisa, la mañana.
Por eso me sumerjo en los espacios que conocen el ritmo de tu boca, la claridad del aire donde habita el fantasma encendido de tus ecos.
Esa virtud de estar sin los costados abiertos, sin derrumbes y sin garras, debe servir de planta que transforme éstas mis manos rotas en caminos.
Por eso me descubro de secretos y los pongo a tu vera, junto al surco donde te viertes, viva, cual la llama que destierra la sombra y los temores.
DE LA RED
|