Cuando yo llegue a vieja -si es que llego- y me mire al espejo y me cuente las arrugas como una delicada orografía de distendida piel. Cuando pueda contar las marcas que han dejado las lágrimas y las preocupaciones, y ya mi cuerpo responda despacio a mis deseos, cuando vea mi vida envuelta en venas azules, en profundas ojeras, y suelte blanca mi cabellera para dormirme temprano -como corresponde- cuando vengan mis nietos a sentarse sobre mis rodillas enmohecidas por el paso de muchos inviernos, sé que todavía mi corazón estará -rebelde- tictaqueando y las dudas y los anchos horizontes también saludarán mis mañanas.