Suena a fármaco. De esos que te producen úlcera gastroduodenal, mareos, vómitos, eczemas, pruritos, somnolencia, vista nublada, picores e irritaciones, pero que te dejan como nuevo del dolor de cabeza. Pero no, no es ningún medicamento.
Un zanacol no es nada. Los zanacoles no existen. Aunque yo lleve toda la vida buscándolos. No son más que el disfraz de mi utopía. Una zanahoria de la que pueda comer también las ramas, una col de la que pueda comer también la raíz, entera, sin desechos, sin desperdicios, todo aprovechable, nutritivo.
Busco zanacoles continuamente. En mis amigos. En mi trabajo. En mi familia. Cuando veo la tele, leo, en internet. Cuando escucho música. Cuando conozco nuevas personas. Cuando viajo. Cuando voy de compras. Cuando escribo, hablo por teléfono o pongo un email... continuamente, siempre atenta. Busco aún a sabiendas de que nunca los voy a encontrar. Y busco tanto porque en ocasiones me he encontrado con algún casizanacol, y al vampiro que vive en mí le ha parecido llegar al Dorado, al Cabo Norte de las sensaciones, lo que nos ha satisfecho a ambos enormemente.
Pero no te equivoques. No es el encuentro de los zanacoles lo que me empuja a seguir viviendo, sino la búsqueda, el camino. No me frustra no encontrarlos, pero me desalienta, me aplana, me duele no poder quedarme con los pocos casizanacoles que el destino me pone por delante, y la vida me obliga a dejar atrás.
D/A