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General: Los regalos
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Respuesta  Mensaje 1 de 5 en el tema 
De: Ledita  (Mensaje original) Enviado: 03/12/2010 23:02
 

 

 

LOS REGALOS

A ti me dirijo, amable lector y oyente, Federico..., Teodoro..., Ernesto, o como te llames, rogándote que te representes el último árbol de Navidad, adornado de lindos regalos; de ese modo podrás darte exacta cuenta de cómo estaban los niños quietos, mudos de entusiasmo, con los ojos muy abiertos; y sólo después de transcurrido un buen rato la pequeña María articuló, dando un suspiro: -¡Qué bonito!... ¡Qué bonito!

Y Federico intentó dar algún salto, que le resultó demasiado a lo vivo. Para conseguir aquel momento los niños habían tenido que ser juiciosos y buenos durante todo el año, pues en ninguna ocasión les regalaban cosas tan lindas como en ésta. El gran árbol, que estaba en el centro de la habitación, tenía muchas manzanas, doradas y plateadas, y figuraban capullos y flores, almendras garrapiñadas y bombones envueltos en papeles de colores, y toda clase de golosinas, que colgaban de las ramas. Lo más hermoso del árbol admirable era que en la espesura de sus hojas oscuras ardía una infinidad de lucecitas, que brillaban como estrellas; y mirando hacia él, los niños suponían que los invitaba a tomar sus flores y sus frutos. Junto al árbol, todo brillaba y resplandecía, siendo imposible de explicar las muchas cosas lindas que se veían. María descubrió una hermosa muñeca, toda clase de utensillos monísimos y, lo que más bonito le pareció, un vestidito de seda adornado con cintas de colores, que estaba colgado de manera que se le veía de todas partes, haciéndole repetir:

-¡Qué vestido tan bonito!... ¡Qué precioso!... Y de seguro que me permitirán que me lo ponga. Entretanto, Federico ya había dado dos o tres veces la vuelta alrededor de la mesa para probar el nuevo alazán que encontrara en ella. Al apearse nuevamente, pretendía que era un animal salvaje, pero que no le importaba y que en él haría la guerra con los escuadrones de húsares, que aparecían muy nuevecitos, con sus trajes dorados y amarillos, sus armas plateadas y montados en sus blancos caballos, que hubiérase podido creer eran asimismo de plata pura.

Los niños, algo más tranquilos, dedicáronse a mirar los libros de estampas que, abiertos, exponían ante su vista una colección de dibujos de flores, de figuras humanas y de animales, tan bien hechos que parecía iban a hablar; con ellos pensaban seguir entretenidos, cuando volvió a sonar la campanilla. Aún quedaba por ver el regalo del padrino Drosselmeier, y apresuradamente dirigiéronse los chiquillos a una mesa que estaba junto a la pared. En seguida desapareció el gran paraguas bajo el cual se ocultaba hacía tanto tiempo, y ante la curiosidad de los niños apareció una maravilla. En una pradera, adornada con lindas flores, alzábase un castillo, con ventanas espejeantes y torres doradas. Oyóse una música de campanas, y las puertas y las ventanas se abrieron, dejando ver una multitud de damas y caballeros; chiquitos pero bien proporcionados, con sombreros de plumas y trajes de cola, que se paseaban por los salones. En el central, que parecía estar ardiendo -tal era la iluminación de las lucecillas de las arañas doradas-, bailaban unos cuantos niños, con camisitas cortas y enagüitas, siguiendo los acordes de la música de las campanas. Un caballero, envuelto en una capa esmeralda, asomábase de vez en cuando a una ventana, miraba hacia fuera y volvía a desaparecer, en tanto que el mismo padrino Drosselmeier, aunque de tamaño como el dedo pulgar de papá, estaba a la puerta del castillo y penetraba en él. Federico, con lo brazos apoyados en la mesa, contempló largo rato el castillo y las figuritas, que bailaban y se movían de un lado para otro; luego dijo:

-Padrino Drosselmeier, déjame entrar en el castillo. El magistrado le convenció que aquello no podía ser. Tenía razón y parecía mentira que a Federico se le ocurriera la tontería de querer entrar en un castillo, que, contando con las torres y todo, no era tan alto como él. En seguida se convenció. Después de un rato, como las damas y los caballeros seguían paseando siempre de la misma manera, los niños bailando de igual modo, el hombrecillo de la capa esmeralda asomándose a la misma ventana a mirar y el padrino Drosselmeier entrando por aquella puerta, Federico, impaciente, dijo:

-Padrino, sal por la otra puerta que está más arriba.

-No puede ser, querido Federico -respondió el padrino.

-Entonces -repuso Federico-que el hombrecillo verde se pasee con el otro.

-Tampoco puede ser -respondió de nuevo el magistrado.

-Pues que bajen los niños; quiero verlos más de cerca -exclamó Federico.

-Vaya, tampoco puede ser -dijo el magistrado, un poco molesto-; el mecanismo tiene que quedarse conforme está.

-¿Lo mismo?... -preguntó Federico en tono de aburrimiento-. ¿Sin poder hacer otra cosa? Mira, padrino, si tus almibarados personajes del castillo no pueden hacer más que la misma cosa siempre no sirven para mucho y no vale la pena de asombrarse. No; prefiero mis húsares, que maniobran hacia adelante y hacia atrás, a medida de mi deseo, y no están encerrados.

Y saltó en dirección de la otra mesa, haciendo que sus escuadrones trotasen y diesen la vuelta y cargaran y dispararan a su gusto. También María se deslizó en silencio fuera de allí, pues, lo mismo que a su hermano, le cansaba el ir y venir sin interrupción de las muñequitas del castillo; pero como era más prudente que Federico, no lo dejó ver tan a claras. El magistrado Drosselmeier, un poco amostazado, dijo a los padres:

-Estas obras artísticas no son para niños ignorantes; voy a volver a guardar mi castillo.

La madre pidióle que le enseñara la parte interna del mecanismo que hacía moverse de un modo tan perfecto a todas aquellas muñequitas. El padrino lo desarmó todo y lo volvió a armar. Con aquel trabajo recobró su buen humor, y regaló a los niños unos cuantos hombres y mujeres pardos, con los rostros, los brazos y las piernas dorados. Eran de Thom y tenían el olor agradable y dulce de alajú, de lo cual Federico y María se alegraron mucho. Luisa, la hermana mayor, se había puesto, por mandato de la madre, el traje nuevo que le regalaran, y María, cuando se tuvo que poner el suyo también, quiso contemplarlo un rato más, cosa que se le permitió de buen grado.

 

 

 

 

 

compartiendo con amor

 

Ledita

BENDICIONES

 

 



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Respuesta  Mensaje 2 de 5 en el tema 
De: Paqui Enviado: 03/12/2010 23:49

Respuesta  Mensaje 3 de 5 en el tema 
De: DULCEPOEMA Enviado: 04/12/2010 09:06

Respuesta  Mensaje 4 de 5 en el tema 
De: Margarita12 Enviado: 04/12/2010 12:25
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Respuesta  Mensaje 5 de 5 en el tema 
De: yanely Enviado: 05/12/2010 15:00


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