Han pasado ocho días
desde el feliz momento en que alumbraste
la claridad del Sol.
Hoy se tiñe de rojo
bajo el signo del pueblo de Israel.
Es la primera sangre del Mesías
acatando la Ley, la Antigua Alianza,
sometiéndose al yugo de humana servidumbre.
Una señal sagrada, un rito, un símbolo
de un pueblo circunciso con cuchillos de piedra,
transformados por Él en caricias del agua.
Te atraviesa, María, el daño de su carne,
que en ti se multiplica,
y tu aliento se inflama de ternura;
deseas evitar esa agresión temprana
cercenando sus límites.
Eslabones ocultos de letales cadenas
aprisionan tu sueño.
Lejanas letanías y suspiros
vibran cruzando el tiempo entre la bruma.
Una densa amargura carmesí
anega el lago azul de tus pupilas.
Bautismo de agonía
derramándose lento por tus sienes
con un presentimiento
de azotes y de espinas, de clavos y lanzada.
Esta sangre infantil
es inicial ofrenda, néctar de amor cautivo
en el ara del mundo.
¡Alégrate, María!, pues su nombre es Jesús.
Él reedificará la tienda de David,
Él la levantará de sus viejos escombros
y en todas las naciones se invocará su nombre.
Emma-Margarita R. A.-Valdés
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