No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón:
esto es lo que quiero anunciar en este Mensaje a creyentes
y no creyentes, a los hombres y mujeres de buena voluntad
, que se preocupan por el bien de la familia humana y por su futuro.
No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón:
esto es lo que quiero recordar a cuantos tienen en sus manos
el destino de las comunidades humanas, para que se dejen
guiar siempre en sus graves y difíciles decisiones por la luz del
verdadero bien del hombre, en la perspectiva del bien común.
No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón:
no me cansaré de repetir esta exhortación a cuantos, por una razón o por otra,
alimentan en su interior odio, deseo de venganza o ansia de destrucción.
Que en esta Jornada de la Paz se eleve desde el corazón de cada creyente
, de manera más intensa, la oración por todas las víctimas del terrorismo,
por sus familias afectadas trágicamente y
por todos los pueblos a los que el terrorismo y
la guerra continúan agraviando e inquietando.
Que no queden fuera de nuestra oración aquellos mismos que
ofenden gravemente a Dios y
al hombre con estos actos sin piedad: que se les conceda
recapacitar sobre sus actos y darse cuenta del mal que ocasionan,
de modo que se sientan impulsados a abandonar todo propósito de violencia y buscar el perdón.
Que la humanidad, en estos tiempos azarosos, pueda encontrar paz verdadera
y duradera, aquella paz que sólo puede
nacer del encuentro de la justicia con la misericordia.
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