UNA CARTA
Un cierto joven yacía moribundo en India. Hacía algunos años había abandonado su hogar y “malgastado su dinero”. Viéndose en la mayor miseria, escribió a su padre que le enviase dinero y ayuda.
A su debido tiempo recibió una carta de su padre, y con gran ansiedad miró dentro del sobre para ver si contenía algún cheque o giro postal. No encontrado nada en el interior del sobre, cogió la carta y con gran ira e impaciencia la arrojó hacia un lado sin leerla.
Habiendo empeorado y viendo que su fin se acercaba, volvió a pensar en su casa y en sus padres, y rogó a la persona que lo cuidaba que le buscase y leyese la carta que él había tirado.
Dicha carta hablaba del grandísimo deseo que su padre tenía por que él regresase a su casa y que había comprado algunos negocios para él. Continuaba diciendo que fuese a un cierto banquero de la ciudad y pidiese todo el dinero que necesitase para su viaje.
El joven se dio cuenta demasiado tarde, de lo bien que su padre había provisto de todo para él. El había despreciado todo aquel cuidado y aquel amor.
¡Qué semenjanza tan grande existe entre este joven y el pecador que se halla apartado de Dios! Lo único que el pecador desea, es que se le provea para satisfacer sus propios deseos. Desconoce por completo el evangelio de Dios, y la plenitud de los bienes que esperan al pródigo que regresa. No siente deseo alguno de ir a Dios, y piensa que el es un Juez severo, que sólo le aguarda para descargar su ira sobre él.
El pecador no cree que Dios es el “Dios de toda gracia”. Pero El lo es, y quiere que todos sean salvos, aún tú.
Un cierto joven yacía moribundo en India. Hacía algunos años había abandonado su hogar y “malgastado su dinero”. Viéndose en la mayor miseria, escribió a su padre que le enviase dinero y ayuda.
A su debido tiempo recibió una carta de su padre, y con gran ansiedad miró dentro del sobre para ver si contenía algún cheque o giro postal. No encontrado nada en el interior del sobre, cogió la carta y con gran ira e impaciencia la arrojó hacia un lado sin leerla.
Habiendo empeorado y viendo que su fin se acercaba, volvió a pensar en su casa y en sus padres, y rogó a la persona que lo cuidaba que le buscase y leyese la carta que él había tirado.
Dicha carta hablaba del grandísimo deseo que su padre tenía por que él regresase a su casa y que había comprado algunos negocios para él. Continuaba diciendo que fuese a un cierto banquero de la ciudad y pidiese todo el dinero que necesitase para su viaje.
El joven se dio cuenta demasiado tarde, de lo bien que su padre había provisto de todo para él. El había despreciado todo aquel cuidado y aquel amor.
¡Qué semenjanza tan grande existe entre este joven y el pecador que se halla apartado de Dios! Lo único que el pecador desea, es que se le provea para satisfacer sus propios deseos. Desconoce por completo el evangelio de Dios, y la plenitud de los bienes que esperan al pródigo que regresa. No siente deseo alguno de ir a Dios, y piensa que el es un Juez severo, que sólo le aguarda para descargar su ira sobre él.
El pecador no cree que Dios es el “Dios de toda gracia”. Pero El lo es, y quiere que todos sean salvos, aún tú.
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