A Cenia Castro: Por Su Amor A La Vida.
Alces de la pradera en vertiginosa carrera,
alcanzando la cima, la primavera humana,
la más alta frontera de las alegrías,
el encendido canto de la cítara que arde en eco en las cinturas
y salta en las cuerdas y trenzas de las niñas.
Voces de las gargantas y las mariposas
recitándole a la madera, a la victoria de la luz,
que es su frondosa novia,
porque lleva el atavío del sí de la mañana.
Yo nací para amar, divina vida,
para vestir tu piel de horas y sonrisas,
convertido en sueño, en besos;
destinado a la plenitud, a la belleza,
a la vibración de cada instante,
a la sensualidad innata de la niebla,
a las alas ceñidas y brotando de los ojos.
Desde mi canto, amor, a las ortigas;
desde mis huertos de fulgor y de suspiros;
desde la risa del cristal,
la brillantez del ámbar,
la musicalidad del césped, el delirio del transeúnte:
yo nací para amar, divina vida,
al que me mire, a quien naciendo alegremente
lo pregone y lo cante en el alma mía.
En el crisol, en la fontana,
en el año nuevo, cuando al calzar lo viejo
vista el amor lo nuevo, cuando nupciales flores a ti te entrego,
el mismo soy,
el mismo siempre:
divina vida… divina siempre.
(Mis mejores deseos para ustedes en estas
fechas decembrinas y el año nuevo.)
Salvador Pliego
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