Mañana te dejo a tu nieta por un rato -dijo muy suelta de lengua mi hija. Y me lo dijo así, como si yo hubiera parido una nieta y me la vinieran a devolver. No es que me moleste, más bien me muero por ella pero… ¿así?… ¿cómo si yo hubiera abandonado a algún niño en una canasta? Me la trajo tempranito envuelta en camperas, bufandas, guantes, gorras y todas esas cosas que les ponen las madres a nuestros nietos y que nosotros les poníamos a ellas y ahora nos damos cuenta de que era un disparate. No hay como cambiar de lugar del mostrador para avivarse de algunas cosas. – No me le des chicles que el dentista lo pago yo, ni Coca Cola, nada con colorante, fijate la fecha de vencimiento de lo que le das, que no se desabrigue que acá adentro está muy frío, si ves que transpira sacale el gorro, que no coma chupetines porque se ensucia y con esta lluvia no se me seca la ropa con nada, si van a salir, tapale bien la boca, si se aburre, en la mochila trajo unos jueguitos para la playestation -dijo cerrando la puerta y continuó dando órdenes por el pasillo. – Sí, mi amor, tengo un chicle de banana, y para después tengo un chupa chup de cocacola. – Siéntese por acá que le voy a enseñar a jugar al ludo, ya tiene cuatro años y tendría que saber. Usted juega con las fichitas rojas, si saca seis…, no, mi amor, el dado no se tira así, ¿su mamá no le explicó que no gana el que lo tira más lejos? Ya van tres veces que tengo que correr la heladera para sacar el dado. ¿No le gusta el ludo mi amor? ¡¡¿Ya se aburrió del ludo mi amor?!! Bueno…, le voy a enseñar a jugar al robo montón… Si tiene una sota…, la sota es la señora de… ¿tampoco le gusta? Entonces de la escoba de quince ni hablamos ¿no? Mijita…, yo a su edad jugaba con tres palillos de ropa y dos chapitas durante horas y horas y usted ya me cambió de juego tres veces en dos minutos. ¿Sabe una cosa? Nos vamos a las hamacas y al arenero ¿Cómo que su madre la reta si se ensucia con arena? En la esquina nomás le saqué la bufanda, los guantes, el abrigo y todo lo que le había puesto la madre para que se moviera poco. ¡Ay Sofía! ¡Faltó que le pusieran un ombliguero nada más! Pise…, pise ese charco…, déle, déle que nadie nos ve. Sí, agarre ese palito y vaya pasándolo por la pared y por lasrejas…, dele…, que yo lo hacía y no me morí…., patee esa lata…, pise solo las baldosas blancas…, gire alrededor de esa columna…, corte esa flor para llevarle a su madre…, no pise la sombra…, déle…, tírele una piedra a ese perro que se quiere comer al abuelo…, cuélguese de esa rama que está bajita… ¿Al shopping? ¡¡¿¿¿AL SHOPPING???!!! ¡Noooooo! ¡¡Nuncaaaaa!! ¡¡Yo a ese antro de perdición no entro aunque me lo pida mi nieta!!! – Buenas tardes… ¿Ropería tienen…? Ah…, bueno. Metí el mate y el termo en la matera porque no tenía claro si dejantomar mate en el shopping. Cargué con la ropa que le había sacado a Sofía y le agregué mi campera porque había 15 grados de diferencia entre la placita y ese lugar maldito. Mi nieta empezó a moverse como si hubiera nacido allí. Yo estudiaba cada paso que daba por temor a equivocarme. Sofía llamó por el nombre de pila a la vendedora de pororó y me hizo comprarle una caja de las grandes. Cuando yo estaba pagando enfiló corriendo para la escalera mecánica y a mí casi me da un ataque. Corrí lo más rápido que pude cargando con la ropa, la matera, desparramando el pororó por el piso al grito de: - ¡¡Sofíaaaa!!!! ¡¡¡¡Cuidadooooo, esa escalera te puede mataaaar!!!!!! Detengan a esa niñaaa!!! ¡¡Paren la escalera!!!! ¡¡Se va a tragar a mi nieta!!!! ¡¡¡Alguien que pare la escaleraaaa!!! Un guardia de seguridad me quiso llevar detenido mientras mi nieta me hacía adiós con su manita abierta subiendo lentamente hacia la zona de restaurantes. Regresó solita por la otra escalera y le explicó al guardia que yo era su abuelo y que me había traído al shopping. – “Es mi abuelo, nos vamos al cine Pablo”. -¿De Walt Disney dan alguna? -pregunté a una chica igualita a la que me dijo que no había guardarropa. Seguro que ya se lo habían preguntado muchas veces, porque se rió y me miró como diciéndome… “No, de Walt Disney hoy no damos”. No habíamos dado ni tres pasos cuando tuve que comprar otra caja de pororó y dos vasos de Pepsi de los grandes. Nunca pensé que podría ser tan largo el recorrido hasta la butaca. Le pedí a mi nieta que se agarrara de mi campera porque me quedé sin manos para ella. Un vaso llenito hasta el borde en cada mano, la caja de pororó llevada con los dientes, la matera colgada, los guantes, la bufanda, las camperas y la gorra sobre mis brazos a modo de un bebé. Cuando vi el escalón a lo oscuro, mi instinto de abuelo no consiguió frenarse y grité: – “¡Cuidadooo Sofía!” Cualquier idiota sabe que cuando uno abre la boca para hablar se le cae lo que esté agarrando con los dientes. Yo también lo sabía, pero mi cabeza piensa más lento que mi corazón. De cualquier manera lo que más me molestó fue la risita de algunos padres piolas, la patada que me dio el tipo al que bañé con pororó y los insultos de la señora que limpia. El resto, bien. Necesité diez minutos más para acomodar en la oscuridad todo lo que había llevado al santo botón. – Abuelo… -dijo casi en secreto mi nieta – ¿no quedó pop? – ¿Pochoclo? –le pregunté. – ¿Pocho qué?- dijo mi nieta y tuve que ir a buscar más. Como no me animé a dejarla sola en lo oscuro y como vi a un par de nenes con cara de delincuentes sentados allí cerquita, resolví agarrar todas las cosas (incluyendo a Sofía) y repetir la operación otra vez. Tomé un trago bien grande de ambos vasos para que no se me volcara y allá fuimos otra vez de excursión. Nos perdimos el principio de la película. -Esta ya la vi, abuelo -dijo mi nieta con absoluta seguridad. – ¿Cómo que ya la vio?!! ¡Es Robot!! ¡Es un estreno! - Ya la vi abuelo. ¡El papá de una compañerita del colegio las baja por Internet. – Bueno, mi amor, no importa…, vamos a verla otro poquito que me gasté 250 pesos en las entradas. – Ahora ese robot se va a desarmar…, ¿viste abuelo? Ahora agarra su cabeza con la mano. ¡Te lo dije! ¡Vamos a los jueguitos, abuelo, vamos a los jueguitos! ¡No, no y no! No es que me molesten las maquinitas, directamente las odio. No puedo ver como pasan horas y horas enfrente a las pantallas donde se cruzan autos o aparecen monstruos disparando. – No mi amor, discúlpeme, pero eso es lo último que haría. – ¿Me das 4 fichas, por favor? -le dije a una chica igualita a la que vendía Pepsi, pochoclo y entradas de cine. El ruido me perforó los oídos…, en una máquina un tipo tiraba con una ametralladora hacia una pantalla y el que parecía su hijo se le colgaba de los pantalones llorando para que le dejara hacer un tirito. En otra máquina un niño de 8 o 9 años trataba de embocar una pelota de básquetbol en un aro, le pregunté por que no iba a la placita y me dijo algo de mi mamá. Dos niños que parecían sus hermanitos lo aguardaban en unos changuitos. Le pregunté por la madre y me dijo que estaba al lado, en lasmaquinitas para grandes. Contra el pool, cuatro niños de 10 o 12 años pasaban tiza a los tacos y solo faltaba el humo de los puchos subiendo hacia la luz tenue que se balanceaba sobre el paño azul. No pude encontrar ningún juego para mi nieta, así que dejé más de 200 pesos en fichas tratando de agarrar con una pinza unos ositos de peluche que no salían más de 30 pesos. No es lo mío…, no consigo coordinar en ese juego, cuando quiero abrir la pinza, suelto la campera. Cuando quiero largar la pinza tiro la matera. Sofía por suerte sacó un caballito azul y me lo regaló. - Dale abuelo -me dijo - llevame a comer algo, tengo hambre. – Bien…, seguro que a la vuelta encontramos un frankfrutero. - No, abuelo, llevame a Mac Donald’s. – ¡Nooooooo! ¡No, no, no y no! Nunca entraré a ese lugar en que muelen desperdicios y los transforman en comida, cortan pedacitos de plástico y los ponen en bolsitas de papas fritas ¡Noooo! ¡Ni siquiera por vos, Sofía! – Un happy meal, sin ketchup, sin queso y una coca -le dije a una chica igualita de la del cine, las maquinitas y el pororó… – No -me contestó- a Sofía le gusta con queso. ¿Y para usted? – Ehhh…, un chorizo con picantina, hongos y criolla. Algo que no entendí pasó en ese momento, porque se rió igual que la de Walt Disney y me dio solo el pedido de Pilar. Mi pequeña “nieta zapping” no había terminado de comer cuando se metió en el pelotero y en unos tubos enormes junto a una manga de foraj… de niños que disfrutaban del sábado. Cargado de mi equipaje, más los jueguitos que traía la cajita y el caballito azul me asomaba de a ratos a unas ventanitas de vidrio en las alturas para ver si todavía respiraba. Dos veces me tuve que meter en los tubos (sin largar la ropa) porque Sofita no se animaba a tirarse. – ¿Qué le parece si nos vamos? El abuelo está cansado, con frío y transpirando. – ¿Al baño? ¿No aguanta hasta llegar? Yo temía este momento, sabía que me podía pasar. – Sofiita, escúcheme un poquito, mi amor, yo no puedo entrar al baño de las niñas, aguántese hasta llegar. -No, abuelo -me dijo- no aguanto más. -Bien…, ¿qué va a hacer en el baño? -pregunté y me preparé para la peor respuesta. – Caca, abuelito. Volvimos al shoping y cuando nadie me vio me metí en el baño de las mujeres y me escondí atrás de una puerta esperando que mi nieta me avisara. – Ya está abuelo, limpiáme -gritó mi nieta. -Voy Sofiita -le dije y me topé con una vieja que salía subiéndose la bombacha desde una de las puertas. Lo que siguió fue muy triste, me golpeó fuerte con un paraguas al grito de de-ge-ne-ra-do. Así, una sílaba, un golpe de paraguas: ¡De-ge-ne-ra-do!! Y me pegó hasta que llegó el guardia que por radio pidió ayuda a sus compañeros. Ayuda precisaba yo. Mi nieta se la tuvo que arreglar sola una vez más y mientras se acomodaba el pantalón les dijo: - Es mi abuelo otra vez Pablo…, ya me lo llevo.
Marciano Durán
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