La memoria se va desmenuzando en instantes inconclusos, el tiempo es un juguete abandonado y el pasado, un engaño susurrado a media voz. En añicos de momentos repetidos, multitudes con mi rostro y ademanes viven vidas que me son ajenas. En algunas el brillo impenetrable de un cuchillo traza surcos de deseo en las pieles —temblorosas— que pueblan el terreno, feroz e ingobernable,
de mis sueños. En otras hay sólo oscuridad. En otras, el silencio es un arma empuñada con temor. Hay muchas tan idénticas a las trampas que me tiende la memoria que sólo los detalles las convierten en mentiras. En una tus ojos sacian en los míos su deseo, es mi cuerpo el que recorre tu tibieza y tu boca la que, ansiosa, despierta mi animal agazapado y somete su inquietud
a tu capricho. Allí tus muslos carecen de misterio, y en el terco territorio de tu rostro ya no yacen alambradas de distancia. En secreto, sin moverme, sin pensar, sin detenerme devoro historias que nadie tomará por ciertas, pueblo mis ojos de mentiras, de ficciones, de caminos que jamás recorreré, abiertos laberintos en los que no pude perderme, girar, desorientarme, espacios imposibles a punto de nacer, proyectiles errados por distancias invisibles y tactos que jamás me conocieron. Las vidas ante mí desparramadas se disuelven. Y el tiempo —eternamente— recompone sus añicos en un único reflejo.
DE LA RED
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