¿Qué hago aquí? ¿Por qué estoy en este lugar?
¿Qué hice para merecer esto? ¡Yo era una buena esposa!
No, ¡yo era una gran esposa! Así que, ¿qué estoy haciendo
sin un hogar, sin un empleo y con tres niños asustados
y desplazados en el albergue de una mujer en Jacksonville, Florida?
La habitación comenzó a llenarse con mujeres y niños
desconcertados y estropeados. El albergue de mujeres
estaba atestado al máximo aquel jueves en la mañana.
La Biblia dice: “Hay un tiempo para todo”, aparentemente
esa semana de enero de 1981 era un tiempo para correr.
Justo el día anterior, una de mis hijas me había confesado
que mi esposo de diez años la molestaba
. Mi espina dorsal se derritió. Me sentía caliente y fría.
Iba a vomitar, pero en vez de hacerlo, llamé al Departamento del Alguacil de Jacksonville.
Tuve que esperar que el asistente a cargo me llamase
de vuelta. No fue una espera larga. Su voz fue compasiva
y sus instrucciones, breves. “Usted necesita irse con los
niños a un lugar seguro. Haremos los arreglos. Recoja
algunas cosas para un par de noches. Déjele una nota a
su esposo indicándole que usted y los niños están a salvo
y que le llamará en un tiempo especificado. Entonces,
váyase”. Ella me dio la dirección del albergue y comencé
a llamar a mis amigos cercanos. En veinte minutos
descubrí que no tenía ninguno. Finalmente llamé a
alguien a quien apenas conocía. Ella dejó todo, y sin
hacer pregunta alguna, se convirtió en una de
las más grandes bendiciones de mi vida. En hora y media estábamos en el albergue.
Así que allí me hallaba yo en una fría mañana de enero,
preguntándome qué giro del destino me había traído a este
lugar. ¿Por qué debería pasar una hora con un grupo de
mujeres sin hogar, escuchando a una extraña hablarme
sobre mi vida? ¿Qué pudiera ella decirme que yo no supiese ya?
Había gastado diez años esquivando gritos y golpes,
tratando con todas mis fuerzas de “hacer agradable”
una vida que se había tornado una pesadilla. Le había
mentido a todos, especialmente a mí misma, sobre cuán “santo”
era mi esposo. Me había insinuado a mí misma entre mi esposo
y mis hijos, tratando de mantenerlos a salvo, y obviamente
había fracasado. Me sentía tan baja y perdida como nunca lo había estado en mi vida.
La reunión comenzó con breves presentaciones e historias
de todas. Todas jadeamos al escuchar de la mujer a la que
habían prendido fuego, y gemimos al escuchar a las mujeres
que insistían en regresar con sus maridos o novios, sin importar
cuán atroces hubiesen sido sus acciones. Finalmente,
conté mi historia, jurando que nunca volvería y creyendo
con todas mis fuerzas que seguiría adelante. Eventualmente, la líder del grupo comenzó a hablar.
Finalmente, la líder llegó al climax de su charla. Buscó
en cada rostro en aquella habitación. Recuerdo su mirada
reposando sobre mí… compasiva y determinada.
“Hay una razón”, dijo ella, “por la que todas están aquí.
Algo muy específico las ha traído aquí hoy. Conocemos
todas las historias de amor, traición, brutalidad y dolor,
pero ¿sabemos la pregunta que responderá a todas sus preguntas? Miró de nuevo a cada rostro.
Nadie comprendió la pregunta que contestaría cada
pregunta. Incluso me sentí un poco irritada, como si ella
estuviese “jamaqueándanos”. Ella continuó. “Cada
una de ustedes necesita hacerse una pregunta: ‘¿Cuáles
son las opciones que he tomado en mi vida que me han traído
a este momento?’ Sólo entonces podrán contestar la pregunta”.
El salón se llenó inmediatamente de murmullos,
luego de susurro, y finalmente de observaciones gritadas.
Unas pocas de nosotras permanecimos en silencio.
Los momentos pasaron, entonces, de repente, la niebla
en mi mente se disipó y ¡caí en cuenta! ¡Realmente caí
en cuenta! Era el punto de quiebre más importante de mi vida.
Nunca se me había ocurrido que era yo quien había escogido
las opciones… la opción de no terminar la escuela, la opción
de casarme con un hombre al que no conocía, opción de traer
niños a mi mundo incierto. Mis hijos eran todo para mí y,
si para salvarlos tenía que tomar aquella dura mirada hacia mi misma, así sería.
Desde el momento de aquella primera mirada tentativa,
mi vida comenzó a cambiar. Comprendí que todo lo que
pasara a partir de ese momento en adelante sería el resultado
de mis opciones personales. Fue el primer pequeño paso para
mí mientras comenzaba a comprender cómo cambiar mi vida
y la de mis hijos. Al querer mirar hacia adelante tuve que hacer
una terrible travesía a mi pasado, para comprender dónde había abdicado mi libertad para escoger.
Todavía sigo en esa travesía, al momento de escribir este
artículo. En los últimos veinticuatro años, he tomado buenas
y malas opciones. Todas mías. Y sí, tomo el viaje a mi pasado
cada día, quitando las persianas y abriendo las puertas. Dejo
que el sol penetre; correteando las sombras de mi alma, y cada
día la travesía se torna más victoriosa. Cada día, me acerco más a comprenderme a mí misma.
Hoy, la risa me viene fácil. Raras veces me siento atemorizada. Soy feliz. Puedo ver, por la gracia de Dios que ya no soy una víctima, porque me ha sido dada la victoria.
Jaye Lewis Puso luego David guarnición en Siria de Damasco, y
los sirios fueron hechos siervos de David, sujetos a tributo.
Y Dios dio la victoria a David por dondequiera que fue. 2 Samuel 18:10.
Tú, el que da victoria a los reyes, El que rescata de maligna espada a David su siervo. Salmo 144:10.
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