CANCIÓN AL NACIMIENTO DE LA HIJA DEL MARQUÉS DE ALCAÑICES
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Inspira nuevo canto, Calíope, en mi pecho aqueste día, que de los Borjas canto, y Enríquez, la alegría del rico don que el cielo les invía.
Hermoso sol luciente, que el día das y llevas, rodeado de la luz resplandeciente más de lo acostumbrado, sal y verás nacido tu traslado;
o, si te place agora en la región contraria hacer manida, detente allá en buen hora, que con la luz nacida podrá ser nuestra esfera esclarecida.
Alma divina, en velo de femeniles miembros encerrada, cuando veniste al suelo, robaste de pasada la celestial riquísima morada.
Diéronte bien sin cuento con voluntad concorde y amorosa quien rige el movimiento sexto con la diosa, de la tercera rueda poderosa.
De tu belleza rara el envidioso viejo mal pagado torció el paso y la cara, y el fiero Marte airado el camino dejó desocupado.
Y el rojo y crespo Apolo, que tus pasos guiando descendía contigo al bajo polo, la cítara hería y con divino canto ansí decía:
«Deciende en punto bueno, espíritu real, al cuerpo hermoso, que en el ilustre seno te espera, deseoso por dar a tu valor digno reposo.
Él te dará la gloria que en el terreno cerco es más tenida, de agüelos larga historia, por quien la no hundida Nave, por quien la España fue regida.
Tú dale en cambio desto de los eternos bienes la nobleza, deseo alto, honesto, generosa grandeza, claro saber, fe llena de pureza.
En tu rostro se vean de su beldad sin par vivas señales; los tus dos ojos sean dos luces inmortales, que guíen al sumo bien a los mortales.
El cuerpo delicado, como cristal lucido y transparente, tu gracia y bien sagrado, tu luz, tu continente, a sus dichosos siglos represente.
La soberana agüela, dechado de virtud y hermosura, la tía, de quien vuela la fama, en quien la dura muerte mostró lo poco que el bien dura,
con todas cuantas precio de gracia y de belleza hayan tenido, serán por ti en desprecio, y puestas en olvido, cual hace la verdad con lo fingido.
¡Ay tristes! ¡ay dichosos los ojos que te vieren! huyan luego, si fueren poderosos, antes que prenda el fuego, contra quien no valdrá ni oro ni ruego.
Ilustre y tierna planta, dulce gozo de tronco generoso, creciendo te levanta a estado el más dichoso de cuantos dio ya el cielo venturoso.»
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