Hay horas, de profundo pensar en los hechos, de abrir de una vez el alma y buscar la niñez lejana, la adolescencia feliz y tranquila o la otoñal madurez de la vida.
Me regocijo en la niñez, caminando de la mano de mi padre, el delantal blanco, los rizos largos y la escuelita aquella, la primera, la del laurel florido en el patio.
Hay horas,
en que escojo la adolescencia y camino por el parque, me detengo y observo entretenida los músicos callejeros con su alegría y su baile.
Entonces soy la que se pierde entre los añosos árboles, bebiéndome el aire, pero una lágrima quema cuando tañen las campanas en la tarde.
Hay horas,
cuando me siento a divagar, voy grabando en mis retinas colores del cielo invernal, el blanco de la tierra se hace eterno, cuando cubre los recuerdos de otra tierra y otro cielo.
Escribo entonces lo que siento y haciéndome compañía los versos, me ubico en el espacio y el tiempo; recordándome la soledad que pronta sale a tomarme de la mano en esta madurez de silencio.
Hay horas...
D/A
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