
   
Día litúrgico: Miércoles V del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mc 7,14-23): En aquel tiempo, Jesús
llamó a la gente y les dijo: «Oídme todos y entended. Nada hay fuera del hombre
que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo
que contamina al hombre. Quien tenga oídos para oír, que oiga».
Y
cuando, apartándose de la gente, entró en casa, sus discípulos le preguntaban
sobre la parábola. Él les dijo: «¿Así que también vosotros estáis sin
inteligencia? ¿No comprendéis que todo lo que de fuera entra en el hombre no
puede contaminarle, pues no entra en su corazón, sino en el vientre y va a parar
al excusado?» —así declaraba puros todos los alimentos—. Y decía: «Lo que sale
del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de
los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos,
adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria,
insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan
al hombre».
Comentario: Rev. D. Norbert ESTARRIOL i Seseras (Lleida,
España) Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda
contaminarle Hoy Jesús nos enseña que todo lo que Dios ha hecho es bueno. Es,
más bien, nuestra intención no recta la que puede contaminar lo que hacemos. Por
eso, Jesucristo dice: «Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda
contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre»
(Mc 7,15). La experiencia de la ofensa a Dios es una realidad. Y con facilidad
el cristiano descubre esa huella profunda del mal y ve un mundo esclavizado por
el pecado. La misión que Jesús nos encarga es limpiar —con ayuda de su gracia—
todas las contaminaciones que las malas intenciones de los hombres han
introducido en este mundo.
El Señor nos pide que toda nuestra actividad
humana esté bien realizada: espera que en ella pongamos intensidad, orden,
ciencia, competencia, afán de perfección, no buscando otra mira sino restaurar
el plan creador de Dios, que todo lo hizo bueno para provecho del hombre:
«Pureza de intención. —La tendrás, si, siempre y en todo, sólo buscas agradar a
Dios» (San Josemaría).
Sólo nuestra voluntad puede estropear el plan
divino y hace falta vigilar para que no sea así. Muchas veces se meten la
vanidad, el amor propio, los desánimos por falta de fe, la impaciencia por no
conseguir los resultados esperados, etc. Por eso, nos advertía san Gregorio
Magno: «No nos seduzca ninguna prosperidad halagüeña, porque es un viajero necio
el que se para en el camino a contemplar los paisajes amenos y se olvida del
punto al que se dirige».
Convendrá, por tanto, estar atentos en el
ofrecimiento de obras, mantener la presencia de Dios y considerar frecuentemente
la filiación divina, de manera que todo nuestro día —con oración y trabajo— tome
su fuerza y empiece en el Señor, y que todo lo que hemos comenzado por Él llegue
a su fin.
Podemos hacer grandes cosas si nos damos cuenta de que cada uno
de nuestros actos humanos es corredentor cuando está unido a los actos de
Cristo.
   

|