

Día
litúrgico: Jueves V del tiempo ordinario
Santoral 10 de febrero: Santa
Escolástica, virgen
Texto del Evangelio (Mc 7,24-30): En aquel tiempo,
Jesús partiendo de allí, se fue a la región de Tiro, y entrando en una casa
quería que nadie lo supiese, pero no logró pasar inadvertido, sino que, en
seguida, habiendo oído hablar de Él una mujer, cuya hija estaba poseída de un
espíritu inmundo, vino y se postró a sus pies. Esta mujer era pagana,
sirofenicia de nacimiento, y le rogaba que expulsara de su hija al demonio. Él
le decía: «Espera que primero se sacien los hijos, pues no está bien tomar el
pan de los hijos y echárselo a los perritos». Pero ella le respondió: «Sí,
Señor; que también los perritos comen bajo la mesa migajas de los niños». Él,
entonces, le dijo: «Por lo que has dicho, vete; el demonio ha salido de tu
hija». Volvió a su casa y encontró que la niña estaba echada en la cama y que el
demonio se había ido.
Comentario: Rev. D. Enric CASES i Martín
(Barcelona, España)
Vino y se postró a sus pies (...) le rogaba que
expulsara de su hija al demonio
Hoy se nos muestra la fe de una mujer que
no pertenecía al pueblo elegido, pero que tenía la confianza en que Jesús podía
curar a su hija. En efecto, aquella madre «era pagana, sirofenicia de
nacimiento, y le rogaba que expulsara de su hija al demonio» (Mc 7,26). El dolor
y el amor le llevan a pedir con insistencia, sin tener en cuenta ni desprecios,
ni retrasos, ni indignidad. Y consigue lo que pide, pues «volvió a su casa y
encontró que la niña estaba echada en la cama y que el demonio se había ido» (Mc
7,30).
San Agustín decía que muchos no consiguen lo que piden pues son
«aut mali, aut male, aut mala». O son malos y lo primero que tendrían que pedir
es ser buenos; o piden malamente, sin insistencia, en lugar de hacerlo con
paciencia, con humildad, con fe y por amor; o piden malas cosas que si se
recibiesen harían daño al alma o al cuerpo o a los demás. Hay que esforzarse,
pues, por pedir bien. La mujer sirofenicia es buena madre, pide bien («vino y se
postró a sus pies»)y pide algo bueno («que expulsara de su hija al
demonio»).
El Señor nos mueve a usar perseverantemente la oración de
petición. Ciertamente, existen otros tipos de plegaria —la adoración, la
expiación, la oración de agradecimiento—, pero Jesús insiste en que nosotros
frecuentemos mucho la oración de petición.
¿Por qué? Muchos podrían ser
los motivos: porque necesitamos la ayuda de Dios para alcanzar nuestro fin;
porque expresa esperanza y amor; porque es un clamor de fe. Pero existe uno que
quizá sea poco tenido en cuenta: Dios quiere que las cosas sean un poco como
nosotros queremos. De este modo, nuestra petición —que es un acto libre— unida a
la libertad omnipotente de Dios, hace que el mundo sea como Dios quiere y algo
como nosotros queremos. ¡Es maravilloso el poder de la
oración!


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