La Zarza de Moisés (Un enano con una naranja)
A Toulouse-Lautrec.
Casualidad ninguna. Era él y lo encontré donde más esperaba: en el salón, bajo los bulbos de ceniciento azul del gas, pelando una naranja que era rosa en sus manos y con olor a rosa. Su grotesca cabeza destacaba en el amplio espejo del local. Las piernas no alcanzaban a tocar el suelo. La pechera bullía bajo el frac como un bandoneón que un borracho tocara, pero en sus manos, elegantes, la naranja tenía la levedad de un astro emergiendo del agua.
Era monstruoso y triste y estaba acompañado por una mujer bella, rubia, con blusa roja, sin más adorno que un pendantif dorado. Elegante corista del ³Moulin² o algún prostíbulo inmediato, mientras él, excitado, le contaba alguna obscena historia para que ella riese.
Cuando un amor se pierde es asunto sabido que los débiles buscan desamores livianos que ayuden a ahuyentarlo. Pero de poco sirven las escenas galantes a quien tiene una espina irremediable y torva, atravesada en la garganta.
Lo vi quedarse quieto y fijarse en la blusa y luego en la naranja. Colocar su monóculo como quien busca ocultamente un signo secreto, en el jardín del paraíso, con Jerónimo Bosco, inventando un color, ardido, momentáneo, como una gran verdad que nos aplasta.
Permaneció en silencio y tanto tiempo que ella se fue, pretextando una trivial excusa, en tanto que él, mientras su vista atónita se ocultaba en la copa de champagne, pedía al camarero que le diese una bolsa vulgar, de la cocina, donde guardar los restos de su postre
Nunca supieron en Maxim´s por qué Tolouse- / Lautrec, -tan espléndido y gentil en sus propinas- se guardaba las mondas de naranja.
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